Qué mejor forma de empezar el año tontako que saliendo a estirar las piernas en una ruta. Tras los excesos de las fiestas navideñas (¿quién no se ha pasado un poco con los dulces?), aprovechamos que no iba a llover para acercarnos al embalse del Burguillo desde donde partía nuestra caminata.
Tocó madrugar un poco (bastante) para llegar al punto de partida, a unos 90 minutos de casa. Se accede desde el Valle de Iruelas, una zona maravillosa que me descubrió mi amigo Pablo y que me encanta visitar de nuevo siempre que puedo. Dejamos atrás el embalse y nos metimos de lleno en el valle, a -6ºC con partes del firme helados. La carretera está un poco deteriorada así que hay que ir con paciencia, pero finalmente llegamos al anchurón donde dejábamos el coche para empezar la ruta.
La caminata empieza subiendo directamente, algo que procuro evitar porque siento que me desfondo al principio, pero lo cierto es que la ruta que seguimos comienza con una pendiente muy suave que sirve para ir entrando en calor. Un 5 de enero por la mañana estábamos solos en medio del valle y las sensaciones eran muy buenas. El camino aquí discurría por pista forestal ancha y bien delimitada, así que fue perfecto para ir fijándonos en el bosque invernal y en el corzo que se nos cruzó a los pocos minutos.
Tras unos pocos kilómetros tocaba dejar el camino para subir hasta el collado Portacho del Pozo; aquí el gpx nos llevaba campo través y no veíamos muy claro poder seguir el track, así que estuvimos investigando un poco hasta dar con una zona en la que el suelo parecía estar más claro. Con cuidado y paciencia nos pusimos a subir hasta el collado, entre los árboles desnudos cuya hojarasca dificultaba el paso. En un pequeño claro alzamos la vista y con la (poca) altura ganada, ya teníamos unas vistas increíbles del valle. Además, aparecieron volando unos buitres que rápidamente capturamos con los prismáticos.
Ya en el collado el sol empezó a apretar. Cualquiera habría dicho que estábamos a 5 de enero. Negacionistas del cambio climático, os podéis ir a pastar. En esta parte caminamos ya libre de árboles y hojarascas, con algún riachuelo y piedras caballeras salpicando el paisaje.
Subimos hasta el Pozo de Nieve, una construcción de origen árabe que se usaba para guardar nieve prensada con la que abastecían de hielo a las zonas circundantes. Fue restaurado a principios del S.XXI tras un exhaustivo estudio bibliográfico. El pozo tiene unos 50m3 y anexo hay una habitación/refugio que seguramente sea un paraíso para los senderistas en días de lluvia o mucho viento; un sitio perfecto para pararse un rato porque las vistas son preciosas.
Tras una pequeña parada técnica (“coger un caché”), retomamos el camino hacia el Alto del Mirlo. Desde el Pozo de Nieve hasta la base del Alto el Mirlo hay una parte con la pendiente más empinada y después una zona de llaneo que agradecimos, pues ya veíamos la pendiente final hasta el vértice geodésico que marcaba nuestro punto más alto. Aquí la ruta original continuaba un poco más por la derecha para encarar la subida directa un poco más adelante, pero Alex vio claros los hitos en la ladera y se lanzó corriendo a por la cumbre. Yo me lancé también, pero a paso más normalmente lento, como se merece una subida así.
De nuevo con paciencia y paraditas frecuentes para admirar el paisaje (y recuperar el resuello), llegamos a la cumbre, ¡a 1768 metros! Con un solazo de escándalo llegamos hasta arriba y pudimos disfrutar de unas vistas de 360º: se veía el embalse de Burguillo, Robledo de Chavela, ¡y hasta las 4 torres de Madrid! Aprovechamos para dar buena cuenta de nuestra tortilla y las mandarinas y un rato después comenzábamos la bajada hasta el Puerto de Casillas.
La bajada hasta el puerto fue lo más difícil pues, aunque era una pista, estaba cubierta de piedra suelta, lo que significan constantes resbalones. Una vez en el puerto, enganchamos de nuevo con la pista que nos llevaría de vuelta al coche. Fue una ruta genial, y apenas encontramos gente, aunque tiene pinta de que estará muy concurrida en primavera, que además debe estar preciosa. Esta es la pinta que tiene la ruta que hicimos:
Y esta es la pinta que teníamos los tontakos en el Alto del Mirlo.
Por la tarde fuimos al Valle del Tiétar donde pudimos descansar y desconectar, una zona muy recomendable por su riqueza natural y turística. ¡Hasta la próxima!