El martes 19 aprovechamos para conocer Funchal, la capital de la isla. Es una ciudad a pie de mar en la parte sur de la isla. Y está en cuesta.
Funchal tiene poco más de 100.000 habitantes, pero la ciudad se expande por lomas y colinas en casas bajas y parece una ciudad mucho más grande. Está vertebrada por calles imposibles, estrechas, con mucha pendiente y sin aceras. El ciclo de la vida funchalense debe consistir en que naces, subes en teleférico hasta Monte, bajas en un carro de cesto y tienes un trágico accidente de coche.
Salimos de nuestro alojamiento disfrutando del sol que calentaba. Dimos un paseo con muchas vueltas por callejuelas y parques hasta llegar a la Quinta das Cruzes, una casa-palacio señorial del S.XVIII. La visita consiste en recorrer la casa, cuyas habitaciones muestran la evolución del mobiliario en las casas ricas (es decir, británicas) de Funchal. Además tiene un jardín fantástico con enormes árboles y muchas flores.
Desde la Quinta das Cruzes, nos acercamos al Mercado dos Lavradores, un edificio de los años 40 de estilo art decó / modernista. Dentro tiene tiendas de frutas, verduras y especias, una lonja y una terraza preciosa con un par de bares donde tomarse algo y descansar.
Seguimos paseando por el bulevard junto al mar hasta donde se coge el teleférico que nos llevaría a Monte, un bario de Funchal en la parte más alta. Allí teníamos varios lugares que visitar, pero además estaba el aliciente de ver Funchal a vista de pájaro.
Una vez arriba “nos chocamos” con una de las actividades para turistas más típicas en Funchal, el descenso en Carros de cesto: son unos carros de mimbre, con esquís, que bajan por las empinadas calles (que a lo mejor no lo había mencionado hasta ahora) empujadas por dos isleños con unas botas con grandes suelas de goma. Estuvimos un ratito viendo cómo salían calle abajo en la calzada por donde iban también los coches y autobuses. ¡Demasiada adrenalina!
Muy cerca está el Jardín tropical, una finca en torno a un hotel histórico, que posteriormente pasó al patronato de Madeira y cuyas muchas hectáreas tienen un gran jardín tropical, con flores, plantas y árboles, con estanques y con pequeños rincones de estilo oriental. El jardín me encantó, los caminos y caminitos, los grandes árboles y las orquídeas. En verano tiene que ser un sitio excepcional donde esconderse del calor.
Dentro del jardín hay además unas salas con exposiciones variadas: una escultura contemporánea de Zimbabwe y otra de geodas y minerales de la isla. Imprescindibles si estás visitando el jardín. Una cosa que me llamó la atención desde el primer momento fue el gusto por las flores. Es cierto que de forma natural la isla produce flores y plantas exuberantes, como los dragoeiros, pero además se nota un gran cariño por cultivar jardines bonitos: cualquier rincón es una excusa para poner unas flores o un pequeño jardín.
En nuestra última noche en la isla, decidimos probar otro de los platos típicos de Madeira. Fuimos a la Rua de Santa María, una estrecha calle donde se congregan muchos restaurantes de todo tipo. Miramos varias opciones y nos decidimos por uno en el que nos ofrecían peixe con banana y maracuyá (pez sable con plátano y salsa de maracuyá), uno de los platos estrella del sur de la isla. El pez sable (que en portugués llaman espada pero que no es nuestro pez espada) es un pescado blanco que me recordó a la merluza un poco. Es un plato de sabores muy originales y que no debéis dejar de probar si alguna vez vais por allá.
El miércoles teníamos la mañana para hacer alguna visita breve, así que cogimos el coche y nos acercamos al Curral das Freiras (el valle de las monjas). Se llama así porque en el S.XVI las monjas de Santa Clara huyeron de un ataque pirata en Funchal y se refugiaron en este valle en torno a un extinto cráter. Por lo visto los piratas vieron que llegar hasta allí requería un ímprobo esfuerzo y se quedaron saqueando la capi. Reconozco que si yo fuera pirata, tampoco habría llegado hasta allí, ¡qué carreteras! ¡qué curvas! Eso sí, las vistas son realmente alucinantes.
Nos acercamos al mirador de Eira do Serrado, desde donde se ven el pueblo encima del cráter y el valle. Estuvimos contemplando las escarpadas montañas, los valles cerrados y la exagerada naturaleza antes de tener que coger el coche de nuevo y tomar el camino hacia el aeropuerto y hacia casa.
Han sido unas vacaciones geniales; a pesar de los contratiempos me lo he pasado muy bien y he podido disfrutar de esta maravillosa isla. Finalmente no pudimos ni asomarnos al oeste de Madeira, así que ya tenemos la excusa perfecta para volver aquí.
Notas sobre pecunia: es un viaje bastante asequible. Nuestra cuenta final, sumados los dos, fue de menos de 1000€, con todo incluido. El alojamiento de 5 noches para los dos no llegó a 200€. El alquiler costó unos 70€. El gasto más grande fue el de los vuelos, que nos costó 320€. Además, si estás pensando en ir y tu presupuesto es más ajustado, no te preocupes en absoluto porque hay muchas opciones más baratas, tanto en alojamiento como en comidas. Seguramente esto solo aplique a temporada baja, y es una época estupenda para conocer Madeira.
Y para estupendos, Alex y yo en el selfie tontako:
Y por si os queda hueco tras esta maravilla, las fotos de los dos últimos días:
¡Hasta la próxima escapada!