Cuando de pronto Alex y yo nos vimos con 3 días de vacaciones de 2018, decidimos hacer un pequeño viaje para escapar de los rigores del invierno; buscamos un destino que pudiéramos visitar en poco tiempo y que no estuviera demasiado lejos; y voilá las luces de Madeira aparecían bajo nuestro avión.
Llegamos el viernes por la noche, con el tiempo justo de recoger el coche de alquiler (opción muy recomendable en Madeira) e ir al hotel a Machico para descansar. Aprovechamos para revisar un poco el plan de viaje y repasar la guía. Madeira es una isla portuguesa que forma parte de la macaronesia (Islas Canarias, Azores y Madeira). Comparte con sus compañeras macarronas el origen volcánico, muchas especies endémicas, el clima, y en algunos aspectos el paisaje. Nos montamos un itinerario con varias rutas y con margen de reacción si el tiempo se ponía inclemente.
La mañana del sábado dejamos el hotel y nos fuimos hacia el norte para realizar una de las rutas más conocidas de la isla, el sendero hasta la Ponta de Sao Lourenço: es una lengua de tierra que se extiende por el mar más allá de los límites de la isla. Al final del sendero, hay una subida hasta la Ponta do Furado, y un poco más allá, un peñote exento con un faro.
Llegamos pronto a la zona de aparcamiento; aunque es invierno y la isla tiene estacionalidad turística, su (generalmente) buen tiempo es un reclamo durante todo el año, así que decidimos ir pronto para asegurar que teníamos sitio y para ir por delante del grueso y por lo menos hacer la ida a nuestro aire.
La ruta discurre por un sendero perfectamente marcado y sin dificultad técnica. Es un constante sube-y-baja por el que vas descubriendo rincones tras cada curva o al terminar las pequeñas subidas. En las zonas más expuestas hay vallas así que en ningún momento tuve problemas con la exposción.
Al cabo del rato llegábamos al centro de recreación “Casa do Sardinha”, donde un chiringuito nos ofrecía refrescos en bancos a la sombra. Sin embargo, Alex tenía otros planes.
- ¿Ves ese pico?
- Solo veo el chiringuito
- Es la Ponta do Furado
- Bien por Furado, todo para él
- Si te giras 180º verás el pico del que hablo
- Pero entonces dejaré de ver el chirin…
- Venga, va, que toca subir
Pues tocaba subir. Este tramo final también está perfectamente señalizado y esencialmente es todo pa’ arriba. Cuando ya mi mente ideaba cómo despeñar a Alex, llegamos a la cima, con unas vistas alucinantes del mar y con una brisa suave refrescando los calores de la subida.
Tras unos minutos disfrutando del aire fresco, bajamos, ahora sí, al bar donde hicimos una breve parada y donde vimos que ya empezaban a juntarse muchos otros senderistas en la zona. Emprendimos la vuelta en la que nos debimos cruzar con todos los turistas que había en ese momento en Madeira (turista arriba, turista abajo). Es una ruta preciosa y sencilla que nos sirvió para ubicarnos en el modo “vacaciones” de la mejor manera.
Decidimos reponer fuerzas con uno de los platos típicos de la zona norte: la espetada. Estaba deliciosa y nos dio las fuerzas suficientes para acercarnos a la segunda ruta (paseo) del día: la Vereda dos Balcoes. Es un paseo de menos de 2km que llega hasta un mirador al centro de un valle, atravesando la laurisilva junto a una levada.
Para llegar allí descubrimos el que sería uno de los grandes retos de este viaje (¡aunque no el único!): las carreteras de Madeira. Para que os hagáis una idea, la isla es como un lemmon pie:
Esto significa que todas las carreteras van hacia arriba con mucha inclinación. Como pasa en todo Portugal, las carreteras solo suben, incluso cuando has llegado arriba. En Madeira, las carreteras tienen la peculiaridad de que son excepcionalmente estrechas. Además, la carretera es ciudad sin ley y la gente aparca donde-le-parece, desde la entrada a una casa hasta en la estrecha carretera comarcal con curvas vertiginosas. Pero qué bien lo pasamos :) Y con estas llegamos a la Vereda dos Balcoes.
La laurisilva es un bosque típico de la macaronesia, cuyo nombre significa “bosque de laurel”. Contrariamente a lo esperado, en estos bosques no predominan los laureles sino plantas de la familia del laurel y plantas que se parecen a los laureles. Es un bosque húmedo de vegetación exuberante donde rápidamente te sientes fuera del mundo, pues el follaje en los cerrados valles lo cubre todo.
Al final del paseo llegamos a un mirador orientado al valle de Ribeira da Metade. Como las nubes se habían hecho fuertes en los picos del valle, no pudimos disfrutar de grandes panorámicas, pero sí de una enorme cantidad de aves que hay en la zona.
De vuelta me fijé en la cantidad de liquen que había en los árboles. Generalmente, el liquen es síntoma de que hay poca contaminación, pues es muy sensible a ésta, así que ver tanto fue una alegría.
Después de estos dos geniales paseos del día, aún nos dio tiempo a acercarnos a Santana, un emblemático pueblo donde se pueden ver las típicas casas triangulares.
Fue un día genial, perfecto para desconectar y para empezar a conocer Madeira. Al día siguiente teníamos planeada una ruta por otra levada pero nos tocó poner a prueba nuestra capacidad viajera… Mientras llega esa historia, os dejo las foticos del día: