Como va siendo costumbre, celebramos el aniversario tontako haciendo una pequeña escapada haciendo una de las actividades que más nos gusta: senderismo; sin pretensiones y con mucha ilusión. Este séptimo aniversario (¡ostrás!) nos decidimos por la Sierra de Cameros, de donde era mi abuela Josefa.
Nos alojamos en una bonita casa rural algo inaccesible, aunque sólo metafóricamente, pues en realidad pudimos acceder. El sábado tocó madrugar para poder hacer la ruta y disfrutarla con tiempo. Dejamos el coche en Torrecilla de Cameros donde además pudimos desayunar antes de partir.
El día amenazaba con lluvia y si bien eso no nos iba a impedir hacer la ruta, sí que nos pertrechamos con chubasqueros y fundas para las mochilas para proteger nuestras pertenencias; según cómo viéramos el tiempo a mitad de camino, tocaría replanificar la parada de la comida, aunque tenía poco sentido decidir nada cuando no eran ni las 9 de la mañana.
La ruta sale de Torrecilla de Cameros y sigue brevemente la carretera. En seguida nos salimos para tomar un camino, que resultó estar atestado de zarzas y apenas marcado. Era el momento de sospechar que el camino no iba por ahí, pero apenas llevábamos 30 minutos y era demasiado pronto para aceptar que nos habíamos perdido (y el caso es que no nos habíamos perdido, pero ese tramo del camino es una trampa). Esta primera parte estuvo protagonizada por la estatua del San Antón en lo alto de la colina. La idea era visitar la estatua a la ida, pero con tanta zarza decidimos esperar a ver si el camino a la vuelta estaba un poco mejor.
De las zarzas salimos a una zona de huertas y ganado, que dejamos atrás rápidamente para coger un camino rural. Caían de vez en cuando algunas gotas y hacía algo de viento, lo cual vino muy bien pues este primer tramo es de ligera subida y el tiempo nos iba refrescando paso a paso. Pudimos ir disfrutando de las vistas y de ambiente mientras íbamos superando el desnivel.
Cuando llevábamos aproximadamente dos horas de ruta, yo empecé a encontrarme mal (calandracas), con mareillos (calandracas), malestar general (calandracas) y algún calambre (calandracas). Sólo os diré que rebautizamos la zona como El collado del desahogo y que pudimos continuar la ruta de mil amores.
Terminamos esta primera subida y el camino se estrechó y se cubrió de árboles; de nuevo algunas gotas nos hicieron compañía pero nada preocupante. La salida de este camino nos deparó una sorpresa mayúscula, pues salimos a una zona de anidamiento de buitres. Tuvimos mucha suerte porque pudimos ver muchos tanto en sus nidos, volando u oteando desde sus almenaras.
Nos hubiésemos quedado ahí aún más rato, pero el camino seguía y teníamos más paisajes que descubrir. Un poco después llegábamos a la parte más alta de nuestra ruta, el Alto del Comunero. Desde allí pudimos apreciar unas vistas maravillosas de la Sierra de Cameros.
Y cuando dejamos de mirar hacia arriba y pasamos a mirar hacia el suelo, también nos encontramos con vistas curiosas:
Desde ahí ya habíamos pasado la mitad del camino y estábamos ya enfilando la vuelta, siempre por caminos fáciles de transitar. Al cabo de unos kilómetros apareció de nuevo Torrecilla en Cameros y decidimos subir hasta la Ermita de San Antón desde donde se aprecia muy bien el pueblo y sus alrededores:
Y así terminamos los 17 km de ruta preciosa que se había preparado Alex. Aquí podéis ver el track:
El tiempo acompañó en todo momento, y no nos cruzamos con nadie en toda la ruta, así que tuvimos la sierra para nosotros solos. Por la tarde pudimos descansar en la casa rural y por la noche buscamos un restaurante donde cenar tranquilamente.
El domingo tocaba volver pero nos dio tiempo a hacer algunas paradas chulas. Primero nos acercamos al Mirador de Peñueco, desde donde se pueden observar las impresionantes peñas de Viguera.
Después condujimos hasta un punto indeterminado de la carretera N-111 (Venta La Paula), donde un matrimonio mayor custodia las llaves para visitar La ermita de San Esteban, un vestigio románico (S.X), con unos frescos muy bien conservados. Las llaves te las dan a pie de calle, y para llegar a la ermita hay que ascender por la ladera; la pendiente no es muy dura y el camino es corto, pero se me hizo complicadísimo puesto que es un camino muy expuesto. En cierto momento, le pedí a Alex que me “aparcara” en algún sitio a la sombra porque estaba sufriendo por el vértigo, y él siguió por un camino algo tortuoso. Resulta que desde mi rinconcito encontré un camino mucho mejor que de hecho me permitió llegar antes que Alex \o/ La ermita merece mucho la pena; está llena de polvo y poco cuidada y sin iluminación, pero hay unos folios plastificados que permiten entender los profusos frescos y la historia de esta ermita que tuvo muchos usos a lo largo su vida.
Bajamos tan llenos de polvo que nos tuvimos que cambiar de ropa antes de ir a nuestra siguiente parada: Ortigosa de Cameros. Es un pequeño pueblo, levantado en las vertientes de dos laderas enfrentadas. Vamos, que está todo en cuesta. Hay unas cuevas visitables, aunque en ese momento estaban cerradas así que no pudimos verlas (¡casi!); es un pueblo pequeño y muy disfrutable para un paseo.
Y ya era la hora de comer así que bajamos hasta el Club Náutico El Rasillo, junto a un embalse importante de la zona. Comimos muy a gusto, y pudimos dar un paseo por la orilla para buscar un caché, y ya tomar el camino a nuestra casa, donde volver a nuestras vidas y rutinas.
Fue un fin de semana fantástico, celebrando un añito más, juntos y felices, disfrutando de nuestras aficiones en común. ¡Por muchos más aniversarios así de dichosos! Y para que veáis que me acuerdo de vosotros, os dejo un selfie que os hará también muy dichosos:
Y por si tenéis ganas, aquí están todas las fotos de ese fin de semana:
¡Hasta pronto!