El viaje por Lusitania nos llevó a entrar de vuelta a España por Doñana y Sevilla, dos lugares que no había visitado aún y que estaban en mi top de visitas pendientes.

Salimos de Tavira y nos despedimos de Portugal hasta la próxima vez que podamos ir. No pudimos quedarnos mucho tiempo en ese pensamiento porque pronto llegamos a Doñana uno de los parques naturales más emblemáticos de España, por su historia y biodiversidad, y particularmente por ser el centro de recuperación más importante del Lince Ibérico. Dejamos atrás el famoso pueblo El Rocío para acercanos al centro de visitantes de La Rocina. Llegamos sobre las 14 de la tarde, y nos recomendaron un recorrido fresquito, alrededor de uno de los pocos charcos que aún tienen agua en esta época. Así que seguimos por la carretera y unos 6 kms después nos encontramos con el centro de visitantes Palacio de Acebrón.

Lo primero que visitamos fue la exposición del palacio; en la primera planta se pueden ver mapas y maquetas de la zona; los textos eran de los noventa y se notaba bastante (huele un poco a ranciete). En la segunda planta hay una exposición muy interesante sobre los oficios tradicionales de Doñana y su evolución; por supuesto, encontramos un panel sobre el corcho que nos ha acompañado desde que entramos en Portugal. Esta me gustó mucho más y me detuve en todos los paneles. Finalmente, hay una tercera planta, que es una terraza-mirador desde donde se tienen unas vistas magníficas de los alrededores.

Desde el mismo palacio sale el paseo alrededor del Charco del Acebrón, que aún tiene agua en esta época. Debimos ir en la peor peor época para ver animales y aves pues estábamos en mínimos de agua; la ventaja de esto fue que estábamos solos en el parque, y de que pudimos hacernos a la idea de cómo se visita sin mucho estrés. Volveremos seguro en época más propicia. Así que aprovechamos ese reducto de agua, bajo los árboles para dar un paseo fresco junto a las ranas y grillos que nos acompañaron. Es un paseo super sencillo, pero que nos permitió coger el puslo al tipo de parque que es Doñana. Al terminar el paseo nos asomamos a una choza antigua expuesta para visitas. Dentro se estaba muy fresquito así que nos demoramos viendo los aperos y los distintos paneles. Además, tiene un caché ;-)

Después fuimos a picar algo tardíamente a El Rocío, famoso por las romerías, el asalto a la verja y por tener las calles de tierra en lugar de asfalto. Fue el único sitio del viaje donde se hizo imposible no ver la clavada, así que nos pusimos el pin de guiris y seguimos nuestro viaje hasta, ya sí, el último destino: Sevilla. Dejamos el coche en un aparcamiento lejos del centro (en términos sevillanos) y anduvimos 25 minutos hasta nuestro alojamiento en el casco viejo de Sevilla. Llegamos a un apartamento coqueto y fresco y entonces la realidad me dio la bofetada: era un apartamento turístico. Llevo tiempo que los evito por cuestiones de ética urbanística y respeto a los vecinos, pero en este viaje estaba menos alerta y se me coló. Ya en el apartamento, tuvimos el tiempo justo para ducharnos e ir al punto de encuentro de la visita guiada.

La visita guiada fue una selección bastante acertada de monumentos y edificios para repasar la vastísima historia de Sevilla: fenicios, romanos, musulmanes, cristianos, la época de los descubrimientos, la exposición universal… Sevilla de pronto volcó ante mí una mínima parte de su patrimonio cultural y me dejó anonadada y feliz de descubrir un tesoro así por primera vez. También pudimos asomarnos a los platos fuertes que visitaríamos al día siguiente con tiempo y dedicación.

El guía nos gustó lo suficiente como para que le contratásemos como guía para el día siguiente en la Catedral y los Alcázares. Sólo debía estar atenta a ese “pequeño” (no) desliz de perspectiva historicista por el que los romanos llegaron a España pero los musulmanes “nos pusieron una mano al cuello”. En honor a la verdad, al día siguiente fue mucho más correcto al aproximar los distintos pueblos que han regido España en su historia. La vista guiada en grupo además me dio la oportunidad de fijarme un poco en la ciudad: carriles bici, jardines con sombras y banquitos y fuentes de agua funcionando (hola, Almeida, cuando quieras, eh?). Además, a pesar de ser una ciudad muy turística, no olía mal (hola, Nueva York, cuando quieras también), sino que estaba limpia; y había tiendas propias y no solo tiendas para turistas. Así que la impresión que me llevé de Sevilla fue increíble.

Al día siguiente quedamos con una amiga de Sevilla en la Macarena, y pasamos la mañana paseando la ciudad de norte a sur y de este a oeste. Estuvimos un buen rato en la Plaza de España, que más que una plaza de uso para las personas, es un enorme monumento precioso. La Plaza de España fue el centro principal de la Exposición iberoamericana de 1929 y es todo una mezcla de símbolos y detalles de la cultura y la historia de España. También ha sido el escenario de varias películas icónicas y parece ser uno de los sitios donde los recién casados se hacen foticos. Junto a la plaza, también buscamos la sombra (y algún caché) en el Parque de Maria Luisa, hasta que se nos hizo la hora de comer y encontramos un sitio de tapas donde comer a la fresca.

Durante el paseo de la mañana, caí en la cuenta de que nos asaltaba una iglesia barroca más o menos al doblar cada esquina. Me recordó mucho a Roma, aunque ¡sin tantas colinas! Sevilla 1 - Roma 0. Ahí lo dejo. Y ya después de comer nos encontramos con nuestro guía para la visita monumental: Catedral de Sevilla y Los Alcázares Reales. En ambos sitios las entradas se compran con fecha y hora así que estad atentos y comprad las entradas para el día que vais a visitarlas, no para el día anterior. Sé de gente que se equivocó con la fecha y tuvo que ponerse diplomática, bélica e incluso epigenética para que les dejaran entrar. Pero vaya, que al final entramos. Accedimos a la Catedral de Sevilla por la Puerta del Lagarto, que realmente es un cocodrilo del que actualmente solo queda una réplica. Sin detenernos mucho, subimos a la Giralda a la hora establecida. La Catedral de Sevilla se construyó encima de la antigua mezquita, y la Giralda es un campanario que cierra el antiguo minarete. La subida a la torre se hace a través de 34 rampas de pendiente suave, aunque de vez en cuando una puede recuperar el aliento asomándose a los salientes y de paso disfrutar de las vistas.

En general no había mucha gente así que la subida y bajada no fueron una procesión. Se llega hasta el campanario, donde se tienen unas vistas increíbles de Sevilla en 360º. No nos demoramos mucho pues teníamos toda la visita por delante, pero sí nos detuvimos a contar la cantidad de campanarios que había: más iglesias que bares.

Nuestro guía Jose entonces nos llevó a recorrer las diferentes capillas de la catedral, el trascoro, el altar mayor; unas columnas realmente impresionantes, un preciosismo alucinante, una virgen bizantina maravillosa y una tumba de Colón muy significativa. Las catedrales han sido siempre lugares de culto donde hacer alarde de poder político y religioso. La catedral de Sevilla es gigantesca y tiene la oportunidad de hacer alarde en muuuchos mentros cuadrados, y no desaprovecha ninguno. Nos fijamos en las marcas de la antigua mezquita, que se movió un poco la planta, en el antiguo patio de abluciones como pequeño jardín de entrada, y en los daños que causó el terremoto de Lisboa.

Como Sevilla era puerto de Indias, en la Catedral hay vírgenes “de vuelta”, traídas por los españoles retornados, como la Virgen de Guadalupe. Y como todo aquí era aparentar, era la forma de indicar que se tenía el suficiente dinero y estatus como para colgar un cuadro en una capilla de la Catedral. La catedral es también la segunda pinacoteca más importante de Sevilla y nos asomamos brevemente para ver alguna sala, aunque la visita no podía deternerse aquí lo que nos hubiera gustado. Lo dejamos para próximas visitas. Me pareció una visita super interesante, me impresionaron particularmente los elementos arquitectónicos, pues desde la base de las columnas góticas se aprecian unas dimensiones descoumnales. Además, me gustó mucho ver el arte barroco preciosista aunque estéticamente no sea lo que yo más aprecie, pero el trabajo, el detalle… increíble.

Y de ahí salimos paseando hasta el siguiente gran monumento que íbamos a visitar con Jose, Los Alcázares Reales: es un edificio del S.X (califato de Córdoba) que en el S. XIII fue convertido en sede de la corona castellana. Este monumento, compuesto por varios edificios decorados con arte mudéjar y unos jardines absolutamente deliciosos, me sorprendió muchísimo. Estuve toda la visita con un estallido de estímulos, desde las grandes salas hasta los pequeños detalles en los arcos lobulados. Me pareció un monumento realmente único en su especie y para mí supuso el plato fuerte de una visita que de por sí dejó una impronta fantástica.

Nos despedimos de nuestro guía y aún anduvimos un rato más por los jardines, que son otro monumento en sí mismo; arboledas, fuentes, grotescos, pavos reales y hasta un laberinto verde nos acompañaron hasta que se hizo la hora de cerrar.

Antes de la cena, aún tuvimos un rato estupendo con mi profesora de narrativa con quien nos tomamos unos tintos de verano y charlamos de rol, improvisación, relatos… Resulta que he socializado más en Sevilla que en el último año en Madrid (maldita pandemia). Agotados y felices, tocaba la última noche de nuestro viaje.

El sábado fue el último día, y consistió en volver a casa tranquilamente, hacer coladas y recuperar la rutina. También fue el día de saborear y atesorar los increíbles recuerdos de nuestro viaje por Lusitania. Y para que no os quedéis vosotras sin saborear buenos recuerdos, ¡aquí va un selfie!

Y las foticos de Doñana y Sevilla:

Queda un pequeño post de resumen, generalidades, pecunia y más… ¡no os lo perdáis!