El domingo teníamos previsto realizar la Levada do Caldeirão Verde, sin embargo, tocó poner a prueba nuestra capacidad de adaptación ante la adversidad.
A veces un viaje te la da oportunidad de conocer un sitio único, o a unas personas que te marcan de forma especial. Otras veces, la oportunidad se presenta en forma de cólico a las 3 de la mañana. Lo importante es no desaprovechar la oportunidad. Y yo aquí he venido a jugar. Así que tras pasarme la noche vomitando, por la mañana (del domingo) buscamos algún centro de salud abierto. El más cercano era el de Santana y sobre las 9 aparecíamos por la puerta. Primperán y suero en vena y para casa a descansar. Lo bonito del asunto fue comunicarme con el médico y el enfermero en portuñol. Lo no-tan-bonito fue que me quedé baldada para el resto del día. Es una lata pasar un día así en las vacaciones, pero estas cosas pasan y hay que tomárselas con filosofía. Ayudó a esto el hecho de que se pasó el día con una tormenta totalmente imprevista que nos habría dificultado cualquier plan al aire libre. ¡Chúpate esa, Madeira!
Así que tras descansar todo el domingo, el lunes consideré que estaba recuperada y di por hecho que Madeira ya había aceptado mi presencia en la isla. Decidimos cambiar algunas visitas para poder hacer la levada, ya que era uno de los puntos más interesantes de nuestro viaje, y nos fuimos pronto por la mañana al comienzo de la ruta.
Una levada es un canal de irrigación característico de Madeira, que sirve para llevar agua a zonas más secas. Tiene forma de una acequia estrecha por donde discurre el agua. Muchas de estas levadas se acondicionaron para poder recorrerlas y son una forma alucinante de meterse en la selva madeirense. Junto al canal, hay una muy estrecha zona transitable, un quitamiedos para turistas y un precipicio a la nada (casi sin exagerar).
Comenzamos la ruta con algunas dudas sobre si yo llevaría bien la exposición de los caminos. Salimos con tiempo y con la tranquilidad de podernos dar la vuelta si se ponía difícil. Al principio la levada discurre junto a un camino cómodo, y pudimos aprovechar para coger algo de ritmo, avanzar a buen paso y tener buenas sensaciones.
En cuanto empezó la zona de levada más difícil, eché mano a la baranda para ir más segura, y no tardé en torcerme un dedo de la mano con un golpe fuerte. Aquí debí sospechar que a lo mejor Madeira aún tenía recelos sobre mí, pero qué va, en ese entorno idílico yo solo podía seguir adelante. Las partes más estrechas me hacían pensar muy seriamente en cómo se cruzaría la gente por ahí, especialmente en verano, cuando estará más concurrido. Spoiler: no tardé en averiguarlo.
La ruta es sencillamente maravillosa: entre árboles y plantas, con el profundo valle a nuestros pies, nos íbamos acercando poco a poco al Caldeirao Verde, una cascada escondida. La pista pasa por túneles excavados en la montaña, que hay que recorrer con frontales y mucho cuidado pues los coscorrones están a la orden del día. Sí, me di en la cabeza. Faltaría más.
Por fin llegamos al caldeirao con piscina natural en la base, y pudimos tomar un breve descanso. Habíamos ido a buen paso, dejando atrás a muchos senderistas, pero por supuesto no éramos ni mucho menos los más rápidos y en poco tiempo nos juntamos junto a la cascada un buen número de senderistas. Emprendimos la vuelta, con mucha más calma, pues había ya mucha gente en el camino y había que hacer los cruces con mucho cuidado. En la salida de uno de los túneles, la levada estaba completamente inundada: era imposible pasar sin mojarse bastante. Coincidió también que venía un gran grupo de turistas en el sentido contrario y que decidieron no dejar que primero saliéramos Alex y yo del túnel, sino que mejor todos a mogollón. No sé si veis por dónde va…
Yo decidí descalzarme para atravesar esta zona así que me coloqué las botas sobre los hombros y me dirigí a la salida del túnel. Cruzarnos con este grupo requería una precisión quirúrgica de la que hago gala; sin embargo, Madeira aún me la tenía jurada y en un visto-y-no-visto, me caí dentro de la levada. En realidad fue visto-y-super-visto, pues aquello estaba en ese momento muy concurrido. Decir que me mojé no hace honor a la tremenda calada (con humillación) que supuso el momento. Hasta que no me recompuse un poco, no me di cuenta de que Alex también se había caído detrás de mí, dejando un maravilloso cuadro tontako :D
De nuevo, estas cosas pueden pasar en los viajes. Y a pesar de que es un poco engorro, nos lo tomamos con humor y volvimos (a muy buen paso pues el viento y el agua fría me estaban dejando helada) al coche donde me pude cambiar y aprovechamos para que un café calentito restañara nuestro magullado orgullo.
En ese momento, con ropa seca, Alex a mi lado y un café calentito entre las manos, en un entorno precioso y tras una ruta realmente espcial, sonreí para mis adentros porque vi claro que en ese momento, en ese momento, la maldición de Madeira sobre mí se había desvanecido.
Spoiler: sale mal. Cuando dimos por concluida la visita al esta zona, nos fuimos al norte de la isla, hasta Sao Vicente, donde queríamos visitar las Grutas de Sao Vicente y el Centro de Vulcanismo Sao Vicente. ¡Ni un viaje tontako sin cuevas! Lo cierto es que la visita fue un poco decepcionante: la guía fue simple y pobre, el grupo demasiado grande y las instalaciones no tienen ningún sentido de la conservación. En el museo pudimos acercarnos a la historia volcánica de la isla y aprender algo más sobre la formación del archipiélago.
Y después nos dirigimos hacia el último alojamiento del viaje, en Funchal. De camino, paramos en el Cabo Girao, un mirador muy famoso pues está suspendido sobre el acantilado y tiene el suelo de cristal. Normalmente yo no habría intentado algo así, ¿pero qué más podía pasarme?
Cansados tras un día con muchas emociones, llegamos a nuestro alojamiento y allí descubrí ¡la siguiente jugarreta del destino!: de mi bota se había soltado un clavo que había hecho un agujero tremendo en la plantilla. Mi pie afortunadamente se salvó, pero para mí fue la señal definitiva de que Madeira me tiene ojeriza. (*)
Por la noche, decidimos darnos un homenaje en un restaurante local; nos entregamos en cuerpo y alma al bolo do caco típico y a los deliciosos platos que nos sirvieron. No confirmo ni desmiento que además cayera un vinho verde y que volver al alojamiento (cuesta arriba, por supuesto) significara un reto a la altura del día que acabábamos de pasar… Con esto y con todo, el equipo tontako sobrevivió y aquí está la prueba:
Estos dos días centrales del viaje fueron bastante moviditos y nos obligaron a tomarnos las cosas con calma y asertividad. Me llevo una buena sensación de haberme sobrepuesto a la situación y la muy buena sensación de viajar con un compañero tan genial como Alex que ayudó a que el trago fuera más llevadero. Y por si no sois supersticiosas, os dejo las fotos del día (¡bajo vuestra responsabilidad!):
(*) Al llegar a casa tras el viaje descubrimos que había una gotera en nuestro baño… pero es otra historia que contarán (tal vez) otras personas. (**) Por supuesto, al término de estas líneas estoy totalmente recuperada :)