Aunque el tiempo se está portando en general muy bien, la previsión para el sábado nos obligó a pensar muy bien en qué planes queríamos hacer.
Para el sábado daban lluvias todo el día, así que tocó buscar planes para todos los gustos. Por un lado, Pablo y Angela prefirieron estar en zona más segura, cerca de algún sitio donde guarecerse, y nosotros queríamos alguna ruta con poca dificultad técnica.
Así terminamos yendo por segunda vez a la zona del Lake Louise; esta vez tuvimos una mezcla de suerte y atrevimiento y pudimos aparcar junto al lago, lo que resultó muy conveniente.
Pablo y Angela se quedaron por la zona del lago, cerca del hotel y los restaurantes, y Alex y yo nos pertrechamos para la lluvia y cogimos el autobús que nos llevó al Lake Moraine.
El lago es precioso, muy recoleto y con unos colores brillantes y originales. Estuvimos paseando por la orilla un ratito y haciendo fotos, y disfrutando de las vistas.
Al cabo, nos pusimos en marcha a por la ruta del día, Consolation Lakes, un camino muy sencillo entre los bosques que ya empiezan a resultarnos conocidos.
El camino es fácil de seguir y sin ninguna dificultad ni esfuerzo, pero como por la mañana había estado diluviando, apenas había senderistas.
El bosque recién húmedo tiene un olor muy característico y un aura mágica muy especial. Además, aunque seguía nublado, no nos llovía, con lo cual era muy agradable transitar por el camino.
Y así llegamos al lago; idealmente, la ruta sube hasta unas montañas pero pusieron ahí estos lagos como premio de consolación para los senderistas semi-paquetes como la abajo firmante. Pero qué bonico era el lago. La orilla del lago estaba custodiada por un derrumbamiento de rocas e hizo muy difícil llegar hasta el agua, pero entre las rocas anduvimos muy entretenidos con una amiga ardilla.
Estábamos haciendo los selfies de rigor cuando una fina capa de lluvia nos indicó que era momento de volverse. En seguida se pasó esta fina lluvia pero nos veíamos las nubes y cogimos buen ritmo para llegar al final de la ruta.
Y menos mal, porque cuando quedaban apenas 300 metros para llegar se largó una tormenta que nos empapó cosa fina. Fue la excusa perfecta para entrar en la cafetería y comprar una sopita caliente (¡QUE NO PICABA! ¡ALBRICIAS!) que me produjo escalofríos (serían escalocalientes) del gustirrinín.
Así hicimos tiempo hasta que cogimos el autobús de vuelta, donde nos esperaban Pablo y Angela, con la caravana calentita, ¡loados sean!
Y por si fuera poco, para rematar un día lluvioso e inclemente, Pablo había preparado una aventura rolera, ambientada en unos bosques que bien podemos pensar que se parecen a los que estamos visitando. Así que mientras la lluvia no daba tregua, nosotros cuatro echamos la tarde-noche resguardados, con unas bebidas y jugando a rol. ¡Esa no te la esperabas, Canadá!
Lo que seguramente sí que os estáis esperando es el selfie de rigor:
Y las fotitos del día:
Aún nos queda algún día más en Banff, y fue espectacular, ¡no os lo perdáis!
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