Qué mejor forma de terminar el año que una escapada viajera. Esta vez mi padre nos acompañó a conocer Comillas y sus alrededores durante 3 días.
Viajar durante las fiestas navideñas tiene la ventaja de que habrá por lo general poca gente; por contra, en pueblos pequeños como Comillas, es difícil encontrar supermercados y restaurantes abiertos, y a veces también los monumentos cierran. Tuvimos en cuenta esto a la hora de planificar y finalmente salieron unos días fantásticos. Además nos hizo un tiempo de escándalo, lo que nos permitió disfrutar de todas las actividades bajo un cielo despejado y con el sol dando calorcito.
Día 1
El primer día nos despertamos con unas vistas maravillosas desde nuestro alojamiento:
Era el 25 de diciembre, así que contábamos con que estaría todo cerrado, monumentos y la gran mayoría de los restaurantes. Así que nos levantamos sin prisa y nos fuimos a Santillana del Mar, el pueblo de las 3 mentiras, pues ni es Santo, ni es llano ni tiene mar. Únicamente estaba abierto el parador Gil Blas así que aprovechamos para desayunar los típicos sobaos y quesadas ahí y cotillear un poco el maravilloso palacio.
Nos acercamos a los edificios más emblemáticos, como la Colegiata de Santillana del Mar, las varias torres, o la plaza con la fuente. También aprovechamos para comprar dulces en las Clarisas. Después nos acercamos a la Playa de Santa Justa en la costa de Ubiarco, con un pequeño paseo hasta una ermita encaramada en la roca.
Antes de ir a comer, hicimos una parada en el Bosque de Secuoyas de Cabezón de la Sal. Plantaron este bosque para revitalizar la industria maderera de Cantabria. Estas secuoyas quedan lejos de sus ancestros californianos, pero aun así impresionan mucho; es un paseo sencillo de unos 30 minutos sin ninguna dificultad. Tiene además una pasarela accesible que llega al corazón de este bosque, para apreciar estos gigantes.
Para comer nos fuimos a San Vicente de la Barquera, otro de los pueblos más conocidos de la zona. Aunque estaba casi todo cerrado, conseguimos mesa en un restaurante y pudimos disfrutar del arroz con bogavante típico. Estaba delicioso, y tras el ágape hemos bajado la comida dando un paseo por el pueblo. Subimos hasta la parroquia Nuestra Señora de los Ángeles, que además de ser parada del Camino de Santiago, es el comienzo del Camino Lebaniego, que recorre los restos de Santo Toribio, durante 66km hasta Santo Toribio de Liébana.
Terminamos este primer día recorriendo la carretera de la costa de Oyambre, en cuyas playas nos encontramos con muchos surferos desafiando al viento.
Día 2
El segundo día dedicamos la mañana a conocer Comillas; de pequeño pueblo pesquero sin apenas interés para nadie, pasó a ser el sitio de moda de la nobleza y realeza a principios del S.XX. Esto se debió a Antonio López López, un indiano que hizo las américas y volvió extraordinariamente rico; tanto que el rey le regaló el Marquesado de Comillas. Su influencia llegó a ser tal que el rey fue a veranear al pueblo con Antonio López y detrás toda la corte. Actualmente Comillas sigue siendo un pueblo humilde perlado de los casoplones de los papardos, en alusión a un pez que viene en verano y que no se consume porque no sirve para nada. Algunos de estos casoplones son célebres y además se pueden visitar.
Es el caso del Palacio de Sobrellano, que se construyó este marqués de Comillas; murió antes de verlo terminado y fue su hijo, Claudio, quien terminó las obras y dio su toque. Se visita con la guardesa, de guía y apasionada de la historia de este palacio y esta familia. Junto al palacio se encuentra el Panteón, que proyectó el marqués para enterrar a su familia. Es una suerte de catedral en miniatura, con girola incluida y un órgano demasiado grande para sus dimensiones, donde se entierra a los marqueses de Comillas. En la girola se aprovechan las capillas para poner las grandes tumbas de los marqueses, de estilos muy distintos, y donde destaca la tumba del primer marqués, hecha entera de pórfido, el mármol de color púrpura que usaron papas, reyes e incluso faraones. Porque una vez que te haces asquerosamente rico con el expolio de otros pueblos, lo mínimo es ponerte a la altura de Napoleón.
En la finca contigua al palacio está el Capricho de Gaudí, la casa que diseñó para Máximo Díaz de Quijano, otro indiano, juerguista y músico. Gaudí había sido becario en el proyecto del Palacio y Máximo le encargó una casita de soltero. El edificio es famoso por su fachada con azulejos de girasoles, y está plagado de detalles musicales en honor a su dueño. Este capricho lo descubrimos de la mano de una entusiasta guía, que nos ayudó a imaginar la casa como la habría usado su dueño… de no haber muerto de cirrosis una semana después de entrar a vivir allí. Pasó por muchos momentos distintos, hasta que la adquirió un consorcio japonés; durante 20 años pusieron un restaurante de postín, pero en 2009 lo cerraron y dejaron el edificio únicamente como monumento cultural.
Por la tarde cogimos el coche y recorrimos unas carreteras comarcales panorámicas muy chulas hasta La Cueva del Soplao; es de las más visitadas en Cantabria y en España. Cantabria es un importante centro de espeleología y por eso se pueden encontrar muchas cuevas distintas. La Cueva del Soplao se descubrió cuando una empresa de extracción de materiales excavó una pared y descubrió una inmensa galería; se han mapeado 23 kilómetros de cueva, aunque no todos son accesibles para visitas. Lo más llamativo de la cueva son los espeleotemas, y en particular las excéntricas, formaciones caprichosas y arbitrarias, que se enroscan y se elevan desde las estalactitas que cuelgan. Como no se podían sacar fotos, os pongo otras bonicas del viaje:
Alex y yo hemos estado ya en unas cuantas cuevas de este estilo, y aparte de las formaciones excéntricas, la visita en sí no fue muy espectacular. Es una cueva muy bonita, pero el guía nos dio poca información geológica para ayudar a poner en contexto la cueva. Si estáis por la zona, es una visita recomendable, pero no iría ex-professo para verla. Lo que sí me pareció de interés es la ruta de las cuevas, pues hay otras 7 visitables, con pinturas rupestres e interés geológico.
Día 3
El tercer día fuimos a uno de los reclamos más famosos de Cantabria: la Cueva de Altamira. Los viernes se sortean 5 pases para quienes compren su entrada entre las 09:30 y las 10:30 de la mañana. A las 10:40 una mano inocente saca 5 papeletas y el resto de partipantes (perdedores) aplaudimos con la esperanza de que no se note nuestra envidia, y que, ojalá, le caiga un rayo. Vamos, que no nos tocó :P
Así que visitamos la Neocueva, con una guía que nos ayudó a entender la importancia de las pinturas y grabados rupestres; impresiona saber que hubo gente durante los 20 mil años que duró el paleolítico superior. ¿Seguirá Madrid de pie dentro de 20 mil años? Da vértigo pensar en estas escalas temporales. En la Neocueva sí que se pueden sacar fotos, pero yo estuve ocupada y no hice, así que, foticos bonicas del viaje:
Dejamos atrás el paleolítico superior y nos fuimos a Santander; el día seguía espléndido, así que aparcamos junto al Sardinero y dimos un paseo por el parque que hay en la península; llegamos a ver los lobos marinos, los pingüinos y las focas justo cuando los empleados estaban echando a la gente, pues cerraban esa parte; sin tener ni idea de por qué están ahí, lo cierto es que da penita verles encerrados.
Caminamos por el paseo marítimo hasta un restaurante y dimos por finalizada la visita a Santander. De vuelta a Pamplona, paramos en Liérganes, un pueblo muy recoleto donde nos llamó mucho la atención que decoran los balcones con unas crasas muy originales; aunque indagué sobre la cuestión, no pude resolver el misterio. Y tras esta breve parada, ya sí, dimos por terminado el viaje.
Han sido 3 días muy apacibles; hemos tenido mucha suerte con el tiempo y hemos podido visitar mucho de la costa cántabra en torno a Comillas. Terminar el año viajando es una de las mejores formas de terminar el año :)
Generalidades
Hemos visto que había más gente de viaje / ocio de lo que nos imaginábamos, y es que por lo visto son fechas que se usan cada vez más para escapadas cortas.
Cantabria se visita muy fácilmente; en la zona de los pueblos nos hemos cruzado con los típicos flipados que se conocen muy bien las carreteras y que te adelantan en una curva cerrada con cambio de rasante. Se come de lujo y eso que estábamos en época donde había pocos sitios para elegir. El estilo cántabro de hablar es algo más brusco, y a veces me han parecido algo bordes, pero en cuanto me acostumbré a su tono, descubrí gente amable y cercana.
De mis anteriores visitas, recordaba que me gustaba mucho esta provincia; una visita más no hace sino aumentar mi afecto por esta tierra. Tengo ya apuntados varios sitios a los que volver y espero que sea pronto. Y para terminar este post viajero, ¡el selfie viajero! con mi padre como invitado estelar.
Y si queréis ver el resto de fotos, echad un vistazo al álbum: