El viaje por Lusitania nos llevó al (casi) Norte de Portugal, a varias ciudades emblemáticas por su patrimonio histórico, y a Porto.

Nuestra primera parada, Amarante, tuvo sus luces y sombras. La ciudad está básicamente de obras, desde el río hasta la iglesia principal, pasando por el puente; además de tener que replanificar las visitas, hacía un calor super agobiante que nos dejó muy baldados. A cambio, comimos en un vegano super original y delicioso, que me reconcilió un poco con los varios días de comida pesada en restaurantes.

Nuestra segunda parada fue Guimaraes, donde habíamos previsto visitar el castillo y el palacio. Y coger algunos cachés, no os voy a engañar. Ambas visitas están más reducidas de lo habitual por temas COVID y hay poca opción a deambular (menos que cuando vine hace unos años). Ambos castillo y palacio están en una colina muy agradable de visitar.

Ya en Guimaraes consolidamos la idea de que en Portugal septiembre pega mucha bajona; el turismo principal del país parece muy estacional porque en sitios de alta afluencia turística nos encontramos con poca gente y en general pudimos visitar muy a nuestro aire, sin colas ni apelotonamientos.

Tras dejar Guimaraes llegamos a Braga, una ciudad pequeña y preciosa. Está muy bien cuidada, con muchos jardines bien atendidos y llenos de flores y árboles. Dimos un paseo tardío por la ciudad donde pudimos disfrutar de las fachadas muy bien conservadas. Cenamos con vinho verde y dicen las malas lenguas que continuamos de paseo después de la cena, pero yo no me termino de acordar :P

De todas formas, cumplí con el motto principal de la ciudad: hagas lo que hagas…

Al día siguiente, nos acercamos con el coche al Bom Jesus, una iglesia en las afueras, famosa por su escalinata. Hay un pequeño elevador que ayuda a salvar la primera parte, pero hacía bueno y subimos las escaleras previas y los 600 escalones de la escalinata. Al comienzo de la subida apretaba un poco el calor, pero fuimos encontrando fuentes para refrescarnos y quitarnos la sed.

Desde la base de la escalinata hay una panorámica muy chula, aunque para cuando llegamos ahí ya chispeaba un poco y se ve todo bastante nublado.

Y emprendimos la subida de los 600 escalones más famosos del Bom Jesus; en cada nivel hay fuentes con alegorías, y agua corriente así que poco después llegamos a la última fuente, la que está más arriba y en la que un cartel indicaba que el agua era impropia para consumo humano. Porque para qué lo van a avisar abajo, eh, para qué. Pero qué vistas más bonitas desde arriba.

Al llegar arriba, el chispeo se había convertido en tormenta veraniega, que nos acompañó durante toda la bajada hasta el coche y fue la despedida fresquita perfecta de Braga. Y poco después llegamos a la segunda capital de Portugal, Porto, tierra de vinos y franzesinhas.

El tráfico en la ciudad es un caos tremendo: calles muy complicadas, con pirulas inesperadas (pero trankis) y muchas obras. Así que con mucha paciencia (y un par de vueltas de más), dejamos el coche en el garaje y fuimos a nuestro alojamiento en Porto, junto a la estación de tren. Como era la hora de comer, aprovechamos para resolver una cuestión fundamental en Porto: las franzesinhas. Son, básicamente, un sandwich normalito pero super gotxo con muchas capas, salsas, queso y patatas fritas. Y que, por supuesto, no íbamos a dejar pasar.

Por la tarde teníamos visita guiada por Porto, y colina sube, colina baja, dimos buena cuenta de este manjar portuense. El paseo con la visita guiada nos llevó por varias colinas de Porto (allí todo está en una colina); no en vano cuando los romanos llegaron se encontraron un castro allí puesto, y ya sabéis que si no pones tu castro bien en alto, no eres nadie en la sociedad castreña.

La visita pasó por muchas épocas de la ciudad a través de los edificios, las calles y las estatuas que nos íbamos encontrando: desde el salseo de los reyes entre Portugal y Brasil hasta la época de Pombal o la dictadura y revolución.

Parece ser que en los últimos años se está llevando a cabo un importante reacondicionamiento de las fachadas, que incluyen grafittis geniales que se pueden encontrar por toda la ciudad. De cuando estuve en 2012 sí que he notado bastante cambio.

Cenamos muy a gusto, con el vinho verde que nos está acompañando en este viaje. Además, tras un par de días tomando un bacalhau bastante mediocre, por fin pudimos tomar un bacalhau a brás delicioso y bien preparado. ¡Que estamos en Portugal, muchachada! También paseamos el puente del Infante por la noche, con la ribera iluminando el Douro.

Por la mañana, antes de abadonar Porto, nos acercamos a ver la Sé, bajo una intensa lluvia. Todo el altar está en obras, así que solo se puede ver hasta el crucero; además se puede visitar el claustro y subir a la torre donde se aprecia otra panorámica de la ciudad.

Y con esto nos despedimos del norte, pero nuestro viaje por Lusitania continúa, hacia nuevos lugares. Y para nuevo, este selfie, que jamás habíais visto:

Y el resto de las foticos para que las disfrutéis:

¡No os vayáis muy lejos!