¡Nuevo viaje tontako! Aprovechamos el final del verano para acercanos a Checoslovaquia, y qué mejor forma de empezar que con una de las ciudades más emblemáticas del país: Viena.
“Sabes que Checoslovaquia no existe, ¿verdad?” “Y sabes que Viena no pertenece a Checoslovaquia, ¿no?” A estas preguntas, que esconden una acusación, no ha lugar a negarlo y disimular, solo puedo responder de una forma.
Bueno, esa es tu opinión.
Una llegada accidentada
El vuelo a Viena fue genial, pero al llegar yo tenía bastante hambre y me di de bruces con una verdad que me hizo desdichada. Yo solo quería un canapé, un tentempié, un sandwichito, algo pequeño que llevarme al buche. Pues resulta que en Viena no hay ni una sola Viena Capellanes. ¡Ni una! ¡Para qué se llama así la ciudad! Y por si fuera poco, después quise darme un capricho, un dulce, un heladito. Pues resulta que tampoco tienen Vieneta… El colmo fue que, al pasar delante de la capilla del aeropuerto, escuché claramente al cura decir “Viena venturados los que…” y ahí ya me planté. Me vi superada por la situación y pedí que me devolvieran el dinero. De no ser por Alex, aún estaría en la cola de reclamaciones.
Lo poco que quedaba tras tanto trasiego lo dedicamos a equivocarnos de tren antes de llegar al precioso apartamento en el que pasaríamos los siguientes días.
El paseo
Empezamos las vacaciones tontakas siguiendo una tradición milenaria, que algún astuto se atrevió a llamar maldición: ¡madrugar! Bien pronto por la mañana nos pusimos en marcha para dejar una comprita hecha y llegar a nuestro paseo guiado por Viena. Las nubes acompañaron buena parte de la mañana, haciendo el calor soportable aunque se notaba el bochorno. Nuestro guía nos dio una charla tan agradable como intrasdencente sobre la ciudad. No llegamos a ubicar bien Viena, pero sí que nos dio pistas para configurar nuestras siguientes visitas.
Durante la primera parte del paseo estuvimos bastante rato visitando los patios del Museum Quartier, un complejo de edificios con museos, colecciones y espacios de arte moderno, construidos reaprovechando unos establos reales. La segunda parte de la visita consistió en asomarnos a las muchas y muy distintas vertientes del Palacio Imperial, sede de la dinastía Habsburgo durante 650 años. Se hizo palpable el conocido dicho “AHAC, all Habsburgs are cousins”. Sobre un palacio de por sí grande, se fueron añadiendo ampliaciones que se convirtieron todas en museos: el del papiro, el de Éfesos, el de las cosas robadas a México, el de globos terráqueos, el de muchas piedras, el de muchos cuadros, la biblioteca nacional, la escuela hípica española con caballos eslovenos que popularizaron en Austria…
Y mientras íbamos de una fachada del Palacio Imperial a otra, nos asomamos a varios edificios y monumentos del Anillo de Viena: se trata del antiguo trazado de la muralla, convertido en un boulevar donde construyeron parques y palacios a ver quién fardaba más. Spoiler: el concurso de fardar lo ganó Eugenio Francisco de Saboya, que era un francés que no querían por bajito (luego Napoleón ya tal) y se fue a Austria a darlo todo y se montó 7 palacios. En el podio también está la emperatriz María Teresa, que llegó a tener 50 millones de personas (y algún francés) en su imperio, se peleó con casi todas y aún le dio para varios palacios de verano. En Viena si no tienes un palacio no eres nadie.
Fun fact: nuestro guía hablaba un español más que decente pero se le atascaban algunas palabras. Las casualidades me llevaron a ayudarle con “Teseo” y con “tesela”, tras lo cual me prometí que sólo aportaría palabras que empezasen por “tese-”. Juro que estuve a punto de colar “Teseracto”. Nos despedimos de nuestro guía y le deseamos lo mejor.
El buen comer
A esas horas ya llevábamos soportando un calorazo insólito en Viena y buscamos refugio climático en el sitio super clásico para tomar Schnitzel, que es como un sanjacobo o cachopo pasado por un mazo. Lo más interesante con diferencia fueron las ensaladas y el vinho verde que en estas tierras llaman “Grüner veltliner”, y con el que terminé bailando la marimorenen.
Nuestro objetivo principal era resolver los grandes hitos de la gastronomía vienesa así que dejamos que un autobús nos acercara al Hotel Sacher, donde probar la famosa tarta. ¡Había cola! Pues hicimos cola, no fue muy larga, pero fue muy al sol. Una vez dentro nos vimos bendecidos por un ambiente fresquito y super cómodo. Incluso el agua de baño estaba muy fría, tanto como para que lo comente en este blog donde sólo se cuentan cosas super excitantes. A los pocos minutos teníamos una porción de tarta Sacher, con su bizcocho de chocolate, su fina capa de mermelada de albaricoque, su cobertura de choco-falso y su nata montada. La nata estaba realmente buena. La tarta pues bueno, como a mí las tartas de chocolate ni fú ni fá, esta me pareció extraordinariamente sobrevalorada. Pero qué fresquita el agua del baño.
La Ópera de Viena
Se hizo la hora de nuestra siguiente visita, así que dejamos atrás lo que quedaba de tarta y salimos del hotel. JAJAJAJAJA, qué va, con lo carísima que era la tarta, nos comimos hasta las servilletas y ya después, super dignamente, nos fuimos a la siguiente visita: la Ópera de Viena.
Las visitas a la Ópera están super bien oganizadas y aunque nos juntamos mucha gente, pronto estábamos solos con nuestro grupo. Primero nos llevaron al palco princpial, desde donde soñé que era millonaria. Nuestra guía nos enseñó el edificio y nos fue contando sobre la ópera en Austria. Resulta que la ópera en Viena es como el flamenco en España o el tango en Argentina: que todo el mundo lo aprende y lo baila desde la más tierna infancia. Algo muy llamativo es que la Ópera de Viena tiene un programa de ballet y ópera en el que cada día hay 1 ó 2 sesiones diferentes, que cambian diariamente. Unas 150 obras que en una temporada se pueden repetir 1 vez. La reconstrucción de la ópera después de los bombardeos refleja muy bien el carácter (arquetípico) austriaco, por el que no les gusta la confrontación e intentan agradar a todo el mundo: así podemos encontrar un estilo ecléctico, desde neobarroco hasta modernismo.
Nuestra guía nos ha contado también que Austria es el país de los espías porque hay un montón, y cuando le pregunté si ella era espía, me dijo “no… yo no” y anotó algo en una libreta. si desaparezco sin dejar rastro, ha sido Antonia, la guía de la ópera. Profesora y guía de día, asesina despiadada de noche. Terminamos la visita guiada en la tienda de la Ópera, donde descubrimos a los creativos de nombres más cachondos.
El otro paseo
Aunque a las 17 aún hacía calor, a la sombra se podía estar así que nos dimos un paseo hasta el canal del Danubio, una obra de ingeniería bastante tocha por la cual desvían el Danubio por un canal para evitar inundaciones. Y así nos asomamos por primera vez en este viaje (aunque no por última) al Danubio. Desde ahí, y gracias al fantástico transporte público de Viena, llegamos a la casa de Hundertwasser, llamada así por el arquitecto que la ideó. Es un edificio muy singular que destaca frente al estilo de secesión vienesa que lo teníamos ya un poco hasta en la sopa.
Y de vuelta a casa, pasamos por el Arenbergpark, un parque para críos, con zonas de deporte y con unas torres nazis antimisiles; lo normal, vamos. Las torres son unos mostrencos que siguen en pie porque no saben cómo demolerlas con seguridad. Están en medio de un parque chulísimo, que también tiene pinpón, banquitos, huertos urbanos… el contraste es tremendo. Esa noche cenamos en el apartamento, lo que fue uno de los puntos altos de la jornada, hubo ensalada y fruta así que otro día que esquivé al escorbuto.
Los museos
Si de algo puede presumir Viena es de tener museos. Muchos. ¡Todos! Así que al día siguiente decidimos visitar algunos. Empezamos por el Museo de Bellas Artes, una visita que recomiendo muchísimo. Por un lado, el edificio es impresionante, y está ricamente decorado. Por otro, me gustó su propuesta museística: se visita fácil, hay un hilo conductor en cada zona así que es fácil saber dónde estás en cada momento. Además, las salas están decoradas acompañando a las obras que ahí se exponen y el efecto es multiplicador. Como curiosidad, mucha de la decoración estuvo a cargo de un jovencísimo Gustav Klimt junto con su hermano Ernst.
En la primera planta, hay una exposición de arte vienés, muy centrado en artesanías finas, decoración a pequeña escala y autómatas. Hay muchísimos tipos de piezas, con cristal, madera, piedras preciosas, metales y siempre con muchas filigranas. También hay autómatas, uno de ellos atribuido al inventor español más célebre, Juanelo Turriano. Esta exposición me atrapatrapó desde primera sala. Alex, por su parte, dedicó más rato y atención a las exposiciones de pintura, donde podía encontrase un Durero, un Brueghel, Rubens, Velázquez… la crem de la crem.
Después nos acercamos a una visita rápida al Museo del Globo Terráqueo y Esperanto. Con ese nombre, era imposible que el Equipo Tontako lo dejara pasar. Nos centramos en la parte de globos terráqueos únicamente porque no teníamos tiempo para más. Es una colección pequeña y 100% europeocéntrica pero muy interesante. Pudimos aprender sobre el proceso de fabricación de globos terráqueos que, por lo visto, es una profesión con futuro en Austria.
Y de nuevo nos subimos al tranvía para ir al Palacio Belvedere. Otro palacio de fardar, esta vez con jardines versalleses. Teníamos la visita solo para el edificio principal (hay 3 edificios visitables) que es donde tienen las colecciones de arte. Para mí fue una sorpresa descubrir que en esa colección está el famosérrimo Beso, de Klimt, el verdadero. Esta visita fue la primera en la que sentí que había mucha gente, y delante del cuadro en particular había un batiburrillo de gente mirando, haciendo fotos al cuadros, selfies con el cuadro y con más gente, algunas personas irritadas por no poder ver el cuadro en paz… Pero bueno, con un poco de paciencia pudimos disfrutar de la obra. En uno de los halls centrales resulta que hay un panel interactivo donde te explican que puedes comprar un NFT del Beso de Klimt. No del cuadro, ojo, sion de un pequeño recuadro de 100x100 píxeles, por el que hay que pagar, atención, 1800€ según fuentes de mi confianza (primer resultado de Google). Gensanta.
Tras la palicilla de museos, nos acercamos a la Isla del Danubio. En efecto, es una isla y, tal y como se indica, está en el Danubio. Siendo un río tan largo fue una suerte que estuviera además en Viena. Es un islote en cuyas orillas hay chiringuitos fluviales, con mucho césped por todas partes y fantásticas sombras. Estaba llenísimo de gente pasando el día y bañándose en el río aprovechando el buen tiempo. Además coincidimos con un festival / mercadillo y hasta pillamos un conciertillo en directo. Cruzamos hast la orilla norte del Danubio, y nos tomamos una sidra en uno de los locales “playeros” que tienen en la orilla. Fue un rato fantástico que usamos para descansar, y donde pudimos alucinar con las dimensiones del Danubio. Me encanta que las ciudades tengan río.
La excursión multimodal
Para el último día en Viena, decidimos contratar una excursión que nos llevara a algunos pueblitos y valles difíciles de visitar sin coche. Se trata de la excursión por Los valles del Danubio y Wachau (se pronuncia “wachaaaaaau”). Nos recogieron a las 9am y durante una hora el autobús se dirigió al oeste, mientras nuestro guía nos daba información turística y nos ayudaba a ubicarnos en la ciudad (aunque no nos dio nada de información histórica). Pronto estuvimos en la autopista en paralelo al Danubio y así seguimos hasta nuestra primera parada, Durnstein. Es un pueblecito pequeño y encantador, famoso por varios hechos todos ellos igual de importantes. En primer lugar, Ricardo Corazón de León estuvo encerrado en el castillo de Durnstein, del que hoy solo quedan las ruinas, y solo salió a cambio de mucha plata. En segundo lugar, tienen una gran industria del albaricoque, que allí llaman “Marilien” (amarillo) porque este cultivo lo introdujo aquí la corona española; son muy creativos con el albaricoque. En tercer lugar, tradición vinícola de cultivo en terrazas. Fue una parada bastante rápida y no dio tiempo para mucho más.
Después nos montaron en un barco, desde Spitz hasta Melk. El trayecto duró una hora y media más o menos. Tuvimos mucha suerte ya que la temperatura había bajado considerablemente y pudimos estar en cubierta durante todo el recorrido disfrutando del paisaje y de la brisa. Y ya de paso, disfrutamos de un bizcocho de albaricoque, que estaba muchísimo más rico que la tarta Sacher.
Y así llegamos a Melk, donde tendríamos la visita más importante a un monasterio benedictino. Nada más llegar tuvimos una hora para comer; como nos habíamos traído nuestras provisiones, pudimos comer en el jardín e ir a por unos cachés en los alrededores. Después nos vino a buscar una guía para un grupo solo en español, que nos hizo la visita por el monasterio. Es un centro enorme y aunque está muy restaurado, es una visita estupenda. La biblioteca en particular me gustó mucho. Aquí nos sucedió que la guía hablaba bajito, muyyy bajito, tan bajito que nadie escuchaba nada. Y yo que estoy teniente, escuchaba menos aún. Así que me fui imaginando lo que decía y más o menos cuadró bien. Menos mal que una ya va por la vida conociendo las virtudes cardinales y las teologales y puede rellenar huecos sin problema…
En el viaje de vuelta me pasó una cosa extrañísima: me quedé dormida. ¿Yo? ¿Moi? ¿Muá? Pues catacroquer hasta Viena. Según entrábamos en Viena me despertó la dulce voz de nuestro guía que tenía un poco de apuro por rellenar los últimos veinte minutos. Desarrollamos la teoría de que tiene una lista de “temas para rellenar” y aquel día tocó: “cómo funcionan las farmacias en Viena”. ¿Qué significa esto? Que ahora mismo sé más acerca de las farmacias en Viena que acerca de los Habsburgo. Preguntadme lo que queráis (no me preguntéis nada, por lo que más queráis). Y en estas llegamos hasta la Ópera donde nos despedimos de nuestro grupo. Fue un plan un poco distinto pero lo disfrutamos mucho y vimos paisajes fantásticos de los valles de Austria. Y según bajamos del autobús, nos fuimos directos a la estación de tren, pues tocaba la siguiente parte del viaje: Bratislava. Pero esta es otra historia y se contará en otro post.
Algunas conclusiones sobre Viena
Viena es una ciudad coquetísima y no se me hace difícil entender que a la gente le guste tanto. A mí me ha gustado aunque no por los motivos que se suelen mencionar: en Viena hay muchos sitios con sombra para sentarse sin consumir, también en el centro y zona más comercial, y hay muuuchas fentes de agua potable por todas partes y parques abiertos para pasear y estar, con sombrita. Incluso fuentes extra de agua que sale particularmente fresquita para beber, rellenar botellas y difusor de agua para refrescarse. ¡Gratis! O sea Madrid, qué asco das, joder. Hay un sistema de carril bici impresionante y un transporte público de lujo. El domingo muchísimos comercios del centro estaban cerrados. El Danubio pasa por Viena. Viena mola :)
No sé si será un problema puntual, pero diría que GoogleMaps está casi bien; tiene fallos arbitarios con los horarios de lo sitios y a veces indicaciones de ruta claramente mal dadas. Nada que no se resuelva mirando el mapa con un poco de interés.
Y ya que estáis con interés, mis queridas (dos) lectoras, aquí os dejo un trampantojo del Tontako Team:
Y más foticos de estos días: