Tras un verano con poco movimiento, el Equipo Tontako comenzamos el curso con una escapada larga a ¡Irlanda!, el país verde por excelencia.
Como el viaje a Nueva Zelanda, además de ser increíble nos dejó agotados, queríamos un viaje sencillo de organizar y donde el plan fuera tranki. Lo único que adelantamos fueron los alojamientos porque varias personas nos habían avisado de que el alojamiento en Irlanda es muy caro y escaso. Ya con las bases de operaciones resueltas, el viaje consistió en ir organizando las visitas sobre la marcha.
Dublín
Para comenzar unas vacaciones tontakas, lo más importante es madrugar… aunque no me quejo mucho porque este viaje lo dormí entero y recuperé un par de horas de sueño y además no tuve nada de jet lag hehehehe. El vuelo, a pesar de sus incomodidades, es una forma muy efectiva de marcar la diferencia con el día a día, lo que en mi caso favorece la desconexión. Es una frontera imposible de obviar, una puerta a través de la cual apareces en el otro sitio.
Nada más llegar a nuestro pub+irlandés+bed+and+breakfast, dejamos nuestros bultos y nos fuimos a recorrer la ciudad. Dublín nos recibió con fresquito y algo de lluvia que era todo lo que le pedía a la vida en ese momento.
Paseamos calles y barrios sin demasiado propósito; ambos habíamos visitado ya la ciudad y queríamos un primer día de aclimatación sin muchas emociones, así que fuimos de paseo browniano, de parque a parque y lo que nos íbamos encontrando en el trayecto. Nos asomamos al patio del Trinity College y aprovechamos para desayunar en la cafetería de la universidad, donde me confundieron con una estudiante de primero, una post-doc, una profe y una conserje de la facu. A todas las consultas respondí con resolución y una creatividad desmedida porque desayunar Guiness es lo que tiene.
Cuando mi identidad había sido comprometida en la Universidad, nos fuimos al Merrion Square Park, donde está la estatua de Oscar Wilde, y a mí me sobrevino una furia poetisa y me puse a declamar: “Oscar Wilde, eres más majo que una tilde”. Por lo visto tampoco coló que soy coplista. Dejamos atrás este parque (y a sus pajaricos que nos entretuvieron) y nos asomamos al Edificio de Arqueología del Museo Nacional de Irlanda, un edificio muy chulo con una exposición sobre el oro de Irlanda que ni fu ni fa.
Como de pajaricos poetas iba nuestro paseo, nos fuimos a ver el monumento a Yeats en el Saint Stephen’s Green. El monumento en sí mismo es más bien un rinconcito muy recoleto con una escultura abstracta y con un ambiente super tranquilo y reflexivo. Si además había muchos pájaros y todos me pedían una foto, pues qué le vamos a hacer. Y de ahí saltamos a los Iveagh Gardens, que es un jardín un poco escondido donde parece que van a comer los alumnos de varios colegios de la zona; nos los encontramos a todos.
Lo que me gustó de todos estos parques es que están diseñados de forma que se nota mucho aislamiento de la ciudad cuando estás dentro; grandes árboles hacen de muro visual y auditivo y la sensación no es de estar en el centro de la capital de un país; desde luego se nota que no es Madrid (pequeño berrinche). Con el ánimo alto por este baño de parques públicos, nos acercamos a la estatua de Molly Malone donde, en 2024, aún la gente se hace fotos tocándole los pechos… Y yo gritando ¡pero no ves que vengo con ánimo alto por un baño de parques públicos! ¡a qué viene ser tan increíblemente cuñada, Maria del Mar! Tranquilas que lo grité para dentro porque Álex me ha dicho que sólo paga mi fianza una vez por viaje y no quería gastar esa baza tan pronto.
Nuestra caminata altamente agradable pero sin sentido del turismo nos llevó a perdernos por el Temple Bar, que es un barrio a orillas del Liffey con muchos pubs, murales y mucho ambiente. Lo que se dice “callejuelas con encanto”. Ya en la zona, por medio penique hemos cruzado de ida y vuelta el Ha’ Penny Bridge.
El día continuó con más paseos porque había que hacer hueco para una cena estupenda, así que nos fuimos a la zona del Dublin Castle, nos sentamos un ratito en el Dubh Linn Garden y entramos a ver las exposiciones de arte oriental en el Chester Beatty.
Entonces nos entró una emergencia espiritual y fuimos a ver la Saint’s Patrick Cathedral y la Christchurch Cathedral, pero ninguna de las dos tiene culto católico actualmente y nos quedamos un poco en solfa. Nos dimos cuenta de que en realidad ninguno de los dos somos católicos y por si fuera poco, ambas catedrales estaban cerradas. Me quedé con el runrún espiritual hasta que después por fin me tomé una pinta. Álex lo resolvió con medicina milenaria tradicional (gané yo).
Y así llegamos a The Brazen Head, el pub más antiguo de Irlanda, donde lo primero me pedí una sidra en el bar y me dieron una cerveza y bueno, no era plan de devolverla después de todo el esfuerzo. Luego nos sentaron a comer y ahí pedí media pinta de sidra pero me trajeron una pinta entera y yo no me iba a quejar, que mira que son majos los irlandeses. Total, que para cuando trajeron el pan yo ya andaba cantando con el pipiribípipí.
Estaba yo ya con ganas de irme a dormir porque vaya paliza de día, pero Álex tenía una sorpresa, ¡concierto en el Cobblestone! Es un garito mítico de música en directo donde también tienen una pequeña sala de conciertos que es donde fuimos. Esa noche nos encontramos con un piper, un gaitero que tocaba las uileann pipes, un cantante y dos fiddlers (violinistas). Fue una sesión pequeña y familiar, donde me quedé prendada del prodigio de tocar esa gaita en concreto, que incluso hace acordes con los drones. Y también me tomé una sidra, así que lo mismo era un espectáculo de magia, pero que sonaba super bien. Y para cerrar el día, un paseo nocturno y muy fresco junto al río, de vuelta a nuestro alojamiento, donde caí rendida de cansancio.
Como pequeña nota, de Dublín me quedó la sensación de que todo es estrepitosamente caro; no sé si es por la gentrificación derivada de todas las empresas de tecnología que han llevado allí su sede en las últimas dos décadas, pero el caso es que los precios eran muy altos y las calidades normalitas.
Brú na Bóinne
Al día siguiente recogimos el coche en el aeropuerto y nos fuimos a visitar Brú na Bóinne, por recomendación del blog de Angela. Se trata de una zona con yacimientos megalíticos y con muchos restos de arte en piedra. Para ponerlo en perspectiva, estos yacimientos tienen tumbas que son mil años anteriores que Stonehenge y quinientos años más antiguas que las pirámides de Giza. Así de antiguas son.
El complejo se visita mayormente con guías, aunque hay algunos ratitos para caminar entre los restos a nuestro aire. Además, los yacimientos están en un enclave precioso desde donde disfrutar de vistas al río. Brú na Bóinne es el nombre de la zona donde hay tres yacimientos principales: Newgrange (el más famoso atendiendo a la señalética en carretera), Dowth y Knowth. Se visitan solo los dos primeros porque parece que han descubierto que Knowth es extremadamente interesante para las arqueólogas así que está cerrado al público.
La visita comenzó en el centro de visitantes, con una exposición muy interesante sobre los yacimientos y las excavaciones. Después un bus nos llevó a Newgrange, donde el guía hablaba super rápido y creo que contaba txistakos a todas horas. Justo nos pilló aquí un ratito de temporal pero nadie se quiso quedar sin ver todas las piedras. Aquí descubrí que no son tumbas excavadas en el suelo sino que son construcciones que se quedaron hundidas con el transcurso del tiempo; eran tumbas de paso para las élites de las poblaciones de aquella época (S. XXXII aC), con túneles y cámaras cubiertas en piedra que han sobrevivido más de cincuenta siglos…
El autobús nos recogió y nos llevó a Dowth donde la guía hablaba a velocidad normal y me pude enterar de muchas más cosas. Alrededor de todas las enormes tumbas, hay piedras grabadas con distintos símbolos cuyo significado real aún es un misterio. En Dowth se puede entrar en una de las tumbas y percibir las sensaciones opresivas y grandilocuentes que podían tener los pobladores antiguos. Entre exposición, autobuses, tumbas y paseíto por el río, se nos pasaron tres horas volando, y tuvimos que dejar este sitio atrás. Me gustó mucho la visita y la recomiendo sin duda, si te gustan las piedras y las tumbas ;-)
Y para cerrar el día, tuvimos un plan muy especial; fuimos a ver a nuestros amigos Jorge y Cris, que viven con sus hijos en Dundalk. Son amigos de Madrid pero actualmente viven en Irlanda, y fue una alegría poder cuadrar agendas para juntarnos en este rincón del mundo, y pasar la tarde charlando y de risas. Nos abrieron su casa y nos dieron de merendar así que desde ya es el mejor plan que tuvimos en el viaje. Si pasáis por Dundalk no dejéis de visitarlos, tienen los mejores pasteles ^.^ Pero como todo lo bueno se acaba, nos despedimos de ellos para ir a Belfast, donde comenzaría la siguiente etapa del viaje.
Y también se acaba este post, y qué mejor despedida… ¡que un selfie tontako!
Podéis ver el resto de fotos en el álbum de Dublín y en el de Brú na Bóinne.