La Ribeira Sacra y Cañón del Río Sil es una zona perfecta para unas vacaciones relajadas de turismo, naturaleza y gastronomía. Allí el Team Tontako hemos pasado 4 días inolvidables.

Este está siendo un año raro para las vacaciones; aun así, pudimos sacar 8 días en Galicia, con el objetivo de descansar y desconectar. En el lejano 2019 habíamos planificado hacer una parte del Camino de Santiago, y aunque aquel plan queda para más adelante, nos vimos arrastrados hacia Galicia. Hace unos años visité por primera vez esta comunidad, en las Rias Baixas que me dejaron totalmente enamorada. Y esta semana entre soutos y fervenzas no ha hecho sino aumentar el cariño que le tengo.

El camino hasta La Ribeira Sacra es largo, así que nos tomamos el viaje de ida con calma y aprovechamos para desviarnos ligeramente y parar en el Lago de Sanabria. El día estaba plomizo y apenas había gente, así que fuimos hasta los miradores de la zona norte por una carretera preciosa. En San Martín de Castañeda comimos justo cuando la tormenta descargaba con fuerza, y de sobremesa pudimos asomarnos al lago tranquilamente antes de seguir nuestro camino.

Y así llegábamos a media tarde a nuestra casita en Alberguería, muy recoleta y rural, y con lo necesario para poder disfrutar cómodamente si el tiempo nos obligaba a quedarnos en casa.

La Ribera Sacra y los Cañones del Sil son unos pequeños tesoros al sur de Monforte de Lemos entre las provincias de Lugo y Orense. El nombre de Ribeira Sacra viene por la cantidad de monasterios que se construyeron en la Baja Edad Media y que a día de hoy constituyen un patrimonio cultural increíble. De hecho, la Ribeira Sacra está inscrita (a espera de aprobación en 2021) en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Y todos estos monasterios están orbitando una zona de excepcional interés geológico, como son los cañones del Sil, unas paredes verticales que acompañan al río hasta que se encuentra con el Miño. Estas paredes verticales son el sitio donde se cultiva la uva en lo que han llamado viticultura heróica pues muchos viñedos sólo son accesibles desde el río y la zona es tan abrupa que a duras penas pueden trabajar la tierra. Y entre los viñedos hay caminos que llevan a remotos monasterios; y desde la parte alta de los cañones hay miradores de un espectacular paisaje.

El primer día por la mañana llovía muchísimo así que nos tomamos la mañana con calma (y con los ukeleles), hasta que sobre las 11 por fin dio un respiro. Intentamos asomarnos al Mirador de Vilouxe pero la niebla era demasiado densa y aunque parecía que había un río, no podíamos certificarlo. Decidimos dejar los miradores hasta que la niebla levantase. Fuimos al Mosteiro Cisterciense de Santa María de Xunqueira de Espandanedo. Llegamos justo tarde para la visita guiada lo que fue una lástima, y lo peor es que no fue la última vez que nos pasó: con el COVID los horarios están (naturalmente) cambiados y hay bastante información desactualizada.

Aunque la información en internet no es tan fiable como de normal, las oficinas de turismo atienden al teléfono e informan puntualmente y los portales de los ayuntamientos siguen publicando información sobre los monumentos y las visitas.

Visitamos el claustro cisterciense del monasterio bajo una fina capa de lluvia. No se conserva entero, y creo que eso le da parte de su encanto de ruina. También visitamos la iglesia, donde nos encontramos (no por última vez) ¡gel hidroalcohólico bendito! \o/

Después continuamos hasta San Pedro de Rocas, una de las iglesias más antiguas de Galicia, muy única puesto que está excavada en la roca y tiene una espadaña exenta sobre una mole granítica.

La capilla estaba cerrada por una grabación, así que nos detuvimos en los exteriores, muy impresionantes y con distintos niveles de terrazas aprovechando la propia montaña. Por la parte de atrás de la iglesia discurre el Camiño Real, una ruta circular de unos 9km. En esta parte el camiño va por un bosque frondoso y húmedo, con los olores de la tierra exacerbados por la lluvia de un rato antes. No hicimos la ruta entera, solo un pequeño paseo por el bosque, pero que nos dejó unas sensaciones geniales. Al volver al coche, nos encontramos un perezoso polizón, reticente a irse pero con pocas ganas de amigos.

Comimos muy a gusto en Luintra; nos encontramos lo que sería la tónica en los días posteriores: la carnaza. Había más platos, por supuesto, pero la carnaza no faltaba nunca. Afortunadamente también pude disfrutar de platos de cuchara, que en esta época son lo que me pide el cuerpo. Después de comer, nos asomamos a la confluencia de los tres ríos en Os Peares, donde el Sil y el arroyo Búbal desembocan en el Miño. Continuamos hasta la iglesia San Vicente de Pompeiro, bastante recóndita y que se asoma a viñedos en pendientes imposibles.

Teníamos la hora justa para llegar hasta nuestro próximo destino. Volvimos a la margen sur del Sil, y cogimos la carretera particular que a pocos metros del río, nos llevó hasta Embarcadero de Santo Estevo. Desde ahí partía nuestra visita en barco por el río Sil. La lluvia amenazaba, pero nos hicimos fuertes en la cubierta y pudimos disfrutar de esta perspectiva tan inmersiva de los cañones.

No abráis un paraguas en la cubierta de un barco si veis que hace un poco de viento. No abráis un paraguas en la cubierta de un barco en ningún caso. Me lo contó una amiga…

Un cañón así no es fruto de la erosión, puesto que la roca principal es granito y el resultado es muy escarpado y vertical. Este, como otros cañones similares, se formó debido al movimiento tectónico de las placas. Es por esto que la visión desde el barco puede resultar (hermosamente) opresiva. El paseo duró unos 90 minutos en los que el capitán nos habló de la flora y la fauna, de la viticultura heróica, de las leyendas galegas y de la geología de esa zona.

Y así terminamos el día y nos fuimos a descansar. Además de disfrutar enormemente de las visitas, la jornada nos sirvió para ubicarnos con las carreteras, las iglesias y los paisajes que nos esperaban los próximos días.

El segundo día era el más prometedor según la previsión del tiempo, así que no perdimos la oportunidad de hacer algo de senderismo. De camino al punto de salida, paramos en el mirador de la Columna, donde, de nuevo la bruma mañanera ocultaba el río. Fue un regalo, pues cambiamos el río Sil por el mar de nubes que flotaba en el cañón.

Nuestra ruta es el camino circular Cañón del Sil - Mosteiro de Santa Cristina, de 12 kms. Decidimos empezar en el mirador Balcones de Madrid, llamado así porque desde aquí las familias se despedían de los hombres que iban a trabajar a Madrid. Es uno de los más importantes porque está muy bien acondicionado y puede albergar a mucha gente. El camino discurre plácidamente al fresco bajo los castaños; es técnicamente sencillo aunque tiene alguna subida que hay que tomar con calma. Íbamos parando cada poco a observar el paisaje y disfrutar de las sensaciones.

La primera parada fue el Mosterio de Santa Cristina, monasterio benedictino del S.X. Llegó a ser un centro de culto muy importante, como atestiguan los diversos caminos que pasan por este sitio tan remoto en el Soto de Merilan. Se puede visitar todo el complejo, del que queda la iglesia del S.XII, el claustro y varias estancias. Aunque está en ruinas, han hecho algunas labores de mantenimiento y acondicionamiento y es una visita muy agradable.

Dejamos el monasterio y seguimos nuestro camino; aquí tuvimos la pendiente más exigente, pero gracias a la sombra (y a que íbamos a nuestro aire) llegamos sin más problema Castro, una pequeña población que tiene uno de los miradores que más me gustó, a mirada maxica. Para llegar a él nos vimos en situación de allanar un complejo de apartamentos-camping cerrado, hasta que un paisano, viendo que yo ya me ponía a trepar la valla, nos avisó de que justo dos pasos (tres, máximo) más allá, había un camino sin vallar ni nada. Estuve dudando un rato, pues la idea de allanar un sitio es atractiva siempre, pero al final Alex me convenció de que encontraríamos otro sitio que vandalizar. En este mirador hicimos una pequeña parada para almorzar asomados al cañón con el río entero para nosotros.

Pasamos por la Ermita de San Antonio y llegamos sobre la hora de comer a Parada del Sil. Apenas quedaba 1 km para terminar la ruta, así que cogimos sitio en una terraza y tomamos una ensalada y tortilla riquísima. Seguimos encontrando lugares donde se come muy bien y muy barato, haciendo honor a uno de los mayores reclamos del turismo en Galicia. Y así de sobremesa llegamos de nuevo al coche, tras una ruta absolutamente fantástica, que nos permitió conocer desde dentro los bosques de la ribeira.

Como aún era pronto, nos acercamos a las Pasarelas del Río Mao, un diseño de la arquitecta paisajista Isabel Aguirre. Se trata de unas pasarelas de madera, fácilmente transitables que se asoman al río Mao desde su opresivo cañón. A lo largo de las pasarelas hay muchos paneles informativos sobre flora, fauna y geología que ayudan a entender mejor el contexto de lo que se está viendo. Es un paseo muy sencillo y bonito.

Después, nuestra visita a la zona sureste de la Ribeira Sacra nos llevó a Timende, el pueblo donde está la Casa-museo del chocolate. Es una visita muy sencilla a una antigua casa galega, donde han restaurado las máquinas con las que hacían chocolate artesanal la famila Casares. Además de la explicación de la técnica de turismo, hay unos vídeos narrados por las hijas de Ricardo Casares, sobre su infancia como hijas del chocolatero. Me pareció muy interesante cómo, un artesano local de un pueblo perdido compraba cacao de Guinea para hacer y distribuir chocolate localmente, primero en burro y después en bici, en moto e incluso en furgoneta.

Hicimos una última parada en el Mirador de Cabezoas antes de volver a nuestro alojamiento donde echamos el resto de la tarde leyendo y tocando el ukelele. Nos estábamos tomando el descanso muy en serio :)

El tercer día teníamos también varias visitas previstas. Por la mañana, fuimos a Castro Caldelas, donde se encuentra el famoso castillo. Como llegamos pronto, nos dio la oportunidad de un pequeño segundo desayuno donde probamos las bicas, bizcochos de la zona que nos dieron energía extra para subir y bajar todas las escaleras que se nos venían. El Castillo de los Condes de Lemos es una fortaleza medieval construida sobre un castro prerromano, en un promontorio que domina toda la zona de alrededor.

Se visita por libre, con un folleto donde descubrimos que este castillo fue especialmente relevante durante la Revuelta Irmandiña; fue una revuelta encabezada por las clases más bajas hartas del abuso de poder de la nobleza. En dos años, los irmandiños asaltaron 130 castillos, y por lo visto les gustaban mucho los de la familia de Lemos (que digo yo que tendrían muchos castillos, que a ni a mí ni a mi familia les asaltaron ningún castillo, por algo será). El caso es que la revolución tuvo éxito, ¡arriba la clase obrera!, y varios nobles terminaron en Portugal para evitar la justicia del pueblo (en 1467 se iban a Portugal y en 2020 se van a Abu Dhabi…).

Merece la pena subir hasta la parte superior del castillo, desde donde hay una panorámica fantástica de los alrededores. Se puede subir a la muralla interior, y visitar varias salas donde se han acondicionado distintas exposiciones y paneles explicativos.

Dejamos Castro Caldelas y nos acercamos a la Fervenza do Cachón, una cascada de agua muy bonita a pesar de que la cogimos con poca agua en esta época. Llegamos hasta el Mosteiro de Santa María de Montederramo, que sólo pudimos ver por fuera porque justo perdimos (sí, otra vez) la visita guiada.

Como se nos venía la hora de comer, hicimos una breve parada en el Mirador do Alto do Rodicio antes de llegar a Luintra donde, ¡por fin!, comimos pulpo. En estos pueblos dicen que el pulpo bueno se come en el interior. A ver. No van a reclamar que ahí el pulpo meh. Pero el caso es que comimos pulpo, que estaba delicioso. Y alubias con almejas, arroz con chipirones, lubina, codillo… Fue una comilona para recordar.

Por la tarde fuimos al Monasterio / Parador de Santo Estevo, un parador nacional en un enclave único. Es un monasterio benedictino del S.XII construido en la zona donde anteriormente hubo una ermita. Tiene varios claustros visitables, así como la iglesia. En uno de los claustros de hecho hay una cafetería. Nosotros cruzamos la misma y salimos por la puerta trasera a un bosque absolutamente mágico: se han encontrado restos de un antiguo castro celta (allí si no tienes un castro celta no eres nadie), y hay un montón de árboles singulares. Unos caminos tranquilos llevan también hasta las antiguas cocinas de verano del monasterio. No es difícil imaginarse el deseo de quedarse en ese lugar recogido y recoleto, arropado por un bosque maravilloso asomado al río Sil.

Aprovechamos lo que quedaba de tarde para dar un paseo por dos miradores, muy cerca de nuestra base de operaciones, el Mirador Pe de Home y el mirador del Banco más bonito de la Ribeira Sacra. A pesar de que ya llevamos encima una buena colección de miradores hacia el río Sil, todos ellos tienen algo especial, una perspectiva nueva que los hace únicos. Hay muchos más y no paramos a visitar todos y eso que casi todos tienen caché…

La última mañana que dedicamos a la Ribeira Sacra fue realmente de viaje hacia nuestro siguiente destino, así que hicimos las visitas que nos quedaban más a mano. Cruzamos el río Sil y fuimos hasta la Ermita de A Barca, al que se llega por un puente peatonal muy bonito. La bruma de la mañana nos dejó unas instantáneas preciosas. Aquí nos despedimos del Cañón del Río Sil y seguimos nuestro viaje hacia el norte. Paramos en San Fiz de Cangas y en el Mosteiro Do Divino Salvador, un monasterio cisterciense donde se puede visitar el claustro, la iglesia y unas imágenes del S.XII. Está regentado actualmente por monjas de clausura, y además de la visita cultural, venden repostería monjil que nunca hay que dejar pasar. Y aquí, entre muros cistercienses, nos despedimos de la Ribeira Sacra.

La mayoría de las referencias que me he encontrado para visitar la Ribeira Sacra son itinerarios de día y medio o dos días, para poder hacer check en los puntos más famosos, pero sin mucha oportunidad de profundizar en la zona, aprender sobre la tradición viticultora, o estarse una hora viendo el atardecer desde uno de los miradores. Por supuesto, el tiempo es un bien escaso y muy preciado, pero creo que merece la pena dedicarle algo más a este tesoro en el interior de Galicia.

Estos cuatro días han sido realmente fantásticos. He desconectado totalmente, he descansado un montón y he podido disfrutar del viaje. Me he dejado sorprender por los rincones que nos íbamos encontrando y los planes los hemos tenido que hacer sobre la marcha y con recomendaciones locales. Es un sitio increíblemente diverso para visitar: miradores, pueblos, monasterios, castros, las paredes verticales del cañón, los bosques y su fauna… Galicia es una tierra maravillosa y de este viaje me traigo recuerdos fantásticos.

Pero si queréis algo realmente fantástico, os dejo este selfie de la fauna turistera:

Y el resto de fotitos de estos días: