La Serra do Courel en medio del GeoParque de las Montañas do Courel es un lugar recóndito y mágico, donde tuvimos la suerte de perdernos unos días.
Dejamos la Ribera Sacra y seguimos hacia el Norte a Monforte de Lemos. Fuimos directamente hasta el Parador de Monforte de Lemos que tiene una magnífica Torre del Homenaje visitable. La torre alberga además una exposición sobre la gloria medieval de Lemos. Un poco demasiado glorioso para mi gusto.
Tras comer en el peor sitio del mundo (sin exagerar casi nada), dejamos atrás Quiroga y cogimos por una carretera entre montañas que nos llevó al corazón de la Serra do Courel. Después de los días de “más ajetreo” en la Ribera del Sil, queríamos tener mucho aislamiento y tranquilidad en una casita un poco en medio de la nada.
El Xeoparque consiste en 578 Km2 de territorio gallego, donde resaltan su historia geológica y su biodiversidad. En los últimos años, están explotando estas características para fomentar un turismo de naturaleza y sostenible, con distintas iniciativas: miradores, rutas guiadas con explicaciones, el aula de la naturaleza…
De hecho, antes de llegar a nuestro alojamiento hicimos una parada en un mirador desde donde pudimos observar la sinclinal do Courel, un plegamiento en la montaña de época Varisca, es decir, más de 300 millones de años, según relata Jordi Hurtado en sus memorias de juventud.
En toda la sierra nos encontrábamos viendo o recorriendo laderas opuestas de montañas que suponían cambiar totalmente de un paisaje mediterráneo con arbustos bajos, a robledales y afloramientos más típicos de los paisajes atlánticos. La diversidad es enorme y hay una ruta en la que reseñan que visitas 26 bosques distintos, ¡en unos 10 kms!
A media tarde llegamos a Parada, la pequeña aldea donde teníamos nuestra cabaña. Normalmente no damos tanta importancia al alojamiento, pero esta vez queríamos algo realmente cómodo y recoleto, y esta cabaña superó todas nuestras expectativas. La idea de quedarnos a cubierto, con la estufa, los ukes y la lectura era super tentadora.
La previsión para el día siguiente era la mejor de nuestra estancia, así que nos organizamos para hacer la ruta clásica de la zona, por la Devesa Rogeira, ruta circular que pasaba justo por delante de nuestro alojamiento. Hemos seguido la pista forestal hasta el Alto de Polín donde nos asomamos al mirador. Mientras subíamos, el viento azotaba fuerte, así que al llegar la niebla de la mañana se había levantado, ofreciendo unas vistas que me dejaron sin palabras.
Tras el pico, entramos de lleno en la zona de la devesa, un paisaje de extraordinaria biodiversidad, con lomas de paisaje mediterráneo y otras de bosques de castaños y robles. Caminamos por senderos estrechos hasta la Fonte do Cervo donde un manantial de aguas ferruginosas dibuja caminos amarillos sobre las pizarras que recorre. Una zona muy singular, que se disfruta al abrigo de los árboles. A un lado del camino, un pequeño saliente en la roca nos sirvió de lugar improsivado donde comer con vistas al valle. Y así ya tocaba emprender el camino de bajada.
La bajada la hicimos siguiendo un camino en un zig-zag muy pronunciado que nos iba internando cada vez más en la devesa rogeira. Casi todo el tramo íbamos siguiendo un PR (a ratos gracias a las señales, a ratos gracias a la intuición). A 4km del final empezó a chispear, lo cual estaba previsto así que nos pertrechamos para lluvia: fundas en las mochilas y chubasquero cerrado hasta arriba. La lluvia dota de nuevas sensaciones y olores al caminante que se toma unos minutos para disfrutar y no huye del agua.
A 3km del final ha empezado a diluviar (contra el pronóstico de AEMET) y ahí ha tocado apretar y aguantar y, por supuesto, llegar calados hasta los topes. Nada que no quedara resuelto con una ducha y un té calentitos. La ruta es absolutamente maravillosa. El tramo final tiene una gran cantidad de paneles informativos sobre flora y fauna: muchas veces pasamos por alto estos paneles, y sin embargo, suelen ayudar a que la vivencia de un paisaje sea mucho mejor.
Tras reponer fuerzas, cogimos el coche y fuimos a la vecina Moreda donde está el aula de la naturaleza, una pequeña sala con información sobre flora, fauna y sobre iniciativas de conservación en la Serra. Nos encontramos con una ténica de medio ambiente, super entregada, que nos dedicó un largo rato por el que recorrimos la sala y compartimos muchas anécdotas. Resulta que en la Serra hay ¡¡3 osos!! y están todos con muchas ganas de que arraiguen y prosperen, buscando formas de hacer sostenible la agricultura, apicultura y ganadería de la zona con la biodiversidad. En este sentido y para proteger a osos y humanos, hay unos carteles sobre cómo proceder en un encuentro con un osos. Aquí Alex y yo veníamos aprendidos con las indicaciones en Yosemite, Yellowston o Rocky Mountains de Canadá. Fue un rato fantástico y además me permitió encontrar miel artesanal :)
Aún nos dio tiempo esa tarde a asomarnos a la Herrería de Seoane, que estaba cerrada, pero nos colamos por los alrededores, y a Mercurín, un pequeño pueblo con mucho encanto. Y así, al día siguiente, seguimos con el plan de visitar pueblecitos. Condujimos hasta Froxán, un pueblo restaurado y considerado de interés cultural. Fuimos después a la Fervenza Vilamor, una cascada bastante alta y que hemos pillado con agua. A media mañana paramos en Folgoso do Courel, a tomar un café y a preguntar por las Delicias de Souto, que es un pastel hecho con harina de castaña, muy típico y muy local de la serra.
Un caché nos llevó hasta el Pozo das mulas, por un paseo estrecho y resbaladizo, pero que mereció mucho la pena por las vistas. Es una zona del río con pozas, donde en verano baja la gente a refrescarse. Nosotros estuvimos solos, puesto que el día no daba para bañarse, y aprovechamos para hacer txipi-txapa en el río, donde demostré, sin lugar a dudas, lo mal que se me da el txipi-txapa. Seguimos con el coche hasta el Castro da Torre, del S.I, con uns vistas fantásticas, y donde Alex pacientemente accedió a mi vena artística.
Como ya era la hora de comer, fuimos a Paderna, un restaurente de comida casera, sin un menú donde elegir, porque cada día hay lo que hay. Por fin hemos probado el típico jabalí con castañas, además de otras delicias. Estaba todo riquísmo, pero sentó especialmente bien al saber que las castañas que sirven están preparadas de forma tradicional, ya que tienen su propio sequeiro que es una cabaña de dos pisos, donde ahúman las castañas durante unos 20 días para secarlas y matar al gusano si lo tuviera. Para bajar un poco la comida, hemos ido paseando hasta un castaño de unos 500 años.
Por la tarde teníamos plan en Parada, donde teníamos el alojamiento, así que volvimos tranquilamente y a las 17 estábamos preparados para una visita guiada por la Fundación Uxio Novoneyra. Uxio Novoneyra fue un importante poeta de letras gallegas que nació y vivió muchos años en Parada. La visita guiada es un repaso de la vida del autor, pero también de las formas galegas de vivir del campo, costumbres, economía, etc. La visita es maravillosa y, de nuevo con estas fechas, tuvimos la suerte de contar con la guía (maravillosa, fantástica, una titánide) para nosotros solos. Pudimos charlar un montón, detenernos en los detalles que nos llamaban la atención y sacar fotos con toda la paz del mundo. Cuando terminó la visita, como estábamos todos muy entregados, la guía se entretuvo con nosotros un rato enseñándonos el proyecto que han puesto en marcha en las tierras cultivables de la fundación: un huerto ecológico con plantas autóctonas y gestionadas de forma tradicional.
Finalmente, la guía nos recomendó un pequeño paseo por el souto aledaño (bosque de castaños para explotación), donde pudimos disfrutar del frescor de la tarde, y del sonido del bosque cuando sabe que los humanos observamos.
Con las mejoras sensaciones, nos fuimos a descansar, a tocar un rato el ukelele y a leer al calorcito de la estufa. El día siguiente era el último, y el tiempo estaba especialmente desapacible, así que nos lo tomamos con mucha calma. Fuimos al Castelo do Carbedo, del que sólo quedan las murallas, pero que tiene unas vistas magníficas; fuimos a Seara, un pueblo con algunas casas reconstruidas y algunas pocas en ruinas. Desde fuera el pueblo parecía dormido, casi muerto, pero al bajar y recorrer sus calles, pudimos apreciar los balcones muy bien cuidados, ruidos aquí y allá con reparaciones, recados, y un bar/restaurante con mucho ajetreo también.
Después nos asomamos a la morrena de un glaciar, que apareció por casualidad durante la construcción de una carretera. También bajamos por un sendero embarrado y resbaladizo hasta la Fervenza de Vieiros. Alguien se resbaló. Alguien. Y avisó de la zona resbalaba. A pesar de lo cual, otro alguien también resbaló. Mira, os lo voy a decir, ese alguien era yo. Y qué bonita la cascada.
A mediodía teníamos reserva en otro sitio mítico de la zona, el restaurante O Pontón. Tiene un menú único de ensalada y carne a la brasa, pero lo que es realmente único es la decoración: toda de madera hecha artesanalmente por el dueño del restaurante. Es un sitio muy singular al que merece mucho la pena ir. Y además, por fin pudimos probar las delicias de souto, con lo que cerrábamos de forma inmejorable nuestro paso por la Serra do Courel.
El viaje de vuelta lo aprovechamos para hacer una parada en Astorga por recomendación de nuestros amigos Pablo y Angela. Nos dio tiempo a un paseo breve por el pueblo, a la visita guiada al Palacio episcopal, muy interesante y recomendable, y, cómo no, a un cocido maragato tan típico de Astorga. Aún sueño con esos garbanzos tan deliciosos.
Y así terminábamos este viaje de una semana por Galicia. En un año tan complicado, me siento muy afortunada de haber podido tener una semana en unos lugares tan absolutamente mágicos. Galicia y especialmente la Serra do Courel, me han robado un trocito de corazón y sospecho que querré volver muchas veces. Y como vosotras también queréis que os robe yo el corazón, aquí va el selfie tontako:
Y os dejo el resto de foticos tanto de la Serra do Courel, como de Astorga:
¡Hasta la próxima aventura dendarii!