Nuestro viaje por Nueva Zelanda nos despidió de la Isla Sur por todo lo alto: pingüinos (no), ballenas (tampoco) y un tipo raro que nos iba a secuestrar y al final no (esto sí pasó).
Estos últimos días ya iba sintiendo que se cerraba un ciclo, la Isla Sur dejaba de ser una incógnita y pasaba a ser un increíble recuerdo. Aún quedaban algunas visitas que pensábamos exprimir, pero a la vez yo veía que comenzaba el final del viaje.
Arthur’s Pass
Fuimos al Arthur’s Pass NP, un parque nacional algo menos conocido pero en un enclave alucinante. Desde el centro de visitantes, al fondo del valle, comienzan casi todas las visitas. Hay una gran ruta por la base del valle y se pueden ir encadenando varias rutas cortas y miradores. Siguiendo la Arthur’s Pass Valley Track, fuimos hasta la cascada Devil’s Pinchbowl, hasta el río siguiendo la Bealy Valley Track y recorrimos las praderas alpinas de la Dobson Nature Walk.
En el pueblo además hay una estación de tren histórica y contiene un secreto; bueno, sí, un caché. Y allí fuimos los tontakos a por el caché, con tan buenísima fortuna que justo llegó un tren turístico y se bajaron unas doscientas mil personas (y dos franceses) a hacerse fotos justo donde el caché. Pues allí nos quedamos hasta que se fueron todos y ya para entonces les habíamos cogido cariño y ya pues les despedimos y se pensaron que éramos atrezzo de su experiencia histórica y algunos nos saludaban de vuelta mientras que otros directamente nos hacían reverencias. Después de todo este ajetreo social por poco se nos olvida coger el caché… jajajaja, qué se nos va a olvidar.
Este parque nacional es famoso por su carácter alpino, lo que significa que es el sitio preferido de los keas, loros alpinos. Es que solo el concepto ya es la releche. Pues en todas las rutas y paseos y miradores vimos un total de 0 keas. Ojo, que hablamos de aves famosas por acercarse a los humanos y, literal, robar las antenas de los coches o pinchar los neumáticos. Hay muchísimos carteles indicando que no les demos de comer que es muy malo; y nosotros ya andábamos mosqueados porque, ¡¡a qué kea le íbamos a dar de comer si ahí no había ni un periquito!! Decidimos quitarnos nuestras penas con un café con leche y una repostería totalmente sobrevalorada cuando empezaron a llegar silvereyes, gorriones, un robin descaradísimo y de pronto:
¡Incluso me vi en la necesidad de disciplinarle! Se quería comer los restos que habían dejado algunos clientes y me acerqué con mi impostura 100% Rottenmeyer y le dije “NO”. Y el loro torció así su cabecita y me dio la risa y no terminó de funcionar bien el truco. Son unas aves formidables, increíblemente inteligentes y curiosas y pasamos un rato genial con Bruce, el kea.
El Arthur’s Pass es un parque chulísimo, con algunas rutas sencillas y muchas muy difíciles, no en vano está en un paso de montaña. No por primera vez noté que los nomenclatores toponominators ponían un nombre de pakeha a un sitio como si lo hubieran descubierto o cruzado por primera vez los blancos, cuando siempre eran campañas guiadas por los maoríes que se habían pateado la zona desde cuatrocientos años antes que los británicos.
Saliendo del paso de montaña, hicimos una pequeña parada en Castle Hill, un montón de roca sedimentaria, parecida al Elephant Rocks, pero aquí son castillos. El sitio impresiona mucho desde abajo por las dimensiones de las rocas; me gustó que es un lugar sagrado maorí y hay muchos paneles informativos sobre la zona, y además es un santuario de recuperación de plantas.
Christchurch con amigos
Volvimos a la costa este para continuar el viaje hacia el norte e hicimos una parada en Christchurch. La historia de Christchurch comienza con Esther. Supongo que para los de ahí esto no es exactamente cierto y no muchos (o ninguno incluso) de los iglesiocristenses conocerá a Esther. Pero el caso es que yo sí la conozco, al igual que Teba y Unai, dos amigos suyos haciendo un viaje browniano por el mundo y con quienes coincidimos en Nueva Zelanda. Nos pusimos en contacto y finalmente quedamos en este rincón del mundo. Comimos a gusto, nos tomamos un helado riquísimo y estuvimos charlando toda la tarde. Son más majas que las pesetas y Esther fue la responsable de que pudiéramos encontrarnos y pasar tan buen rato.
Como si nos diera un poco de vergüenza estar en la otra punta del mundo sin hacer nada más que charlar, nos dimos un paseo por la ciudad, que se balancea entre las ruinas dejadas por el terremoto de 2011, muchas obras en proceso y algunas reconstrucciones de emergencia. La catedral transitoria me impresionó muchísimo: la original quedó gravemente dañada en el terremoto y decidieron hacer una catedral “para mientras tanto”; hablaron con un arquitecto especializado en arquitectura en zonas de emergencia y diseñó una iglesia/catedral con cartón y poliuretano, cuya obsolescencia es de cincuenta años aproximadamente pero que se pudo poner en pie en apenas un año, ¡un año! Evidentemente no es una catedral gótica ni tiene la grandeza de estas grandes construcciones pero en su eficacia y humildad reside una gran belleza.
Nada de lo anterior impidió que tuviera una experiencia completamente absurda con uno de los parroquianos de la catedral. Yo fui a preguntarle, os lo juro por lo más transitorio, si habíamos aparcado bien la furgo y él me pilló el acento super rápido. En buena medida porque él había vivido en Bilbao “hace algún tiempo”. Total, que se dio la siguiente conversación:
(señor random) - ¿Te acuerdas de Franco?
(yo) - A ver, yo no vivía entonces, pero sí claro, conozco a Franco
(señor random) - ¿Y de ETA?
(yo) - ¿Perdón?
(señor random) - ¿Te acuerdas de ETA?
(yo) - Sí bueno, esa época sí que la viví
(señor random) - ¿Sabes que ETA mató a más personas que el ejército de liberación irlandés?
Yo quería saber muchas cosas en ese momento: ¿este señor lleva un ranking? ¿por qué el ejército de liberación irlandés? ¿sabe que mi esposo (ostia qué raro se me hace) toca música irlandesa? ¿dónde aprendió a conversar con desconocidos? Pero sobre todo, quería salir de ahí pitando así que fingí ponerme de parto y corrí como alma que lleva el diablo. De todo eso, ya os podéis imaginar, también responsabilizo a Esther. Llegamos al jardín botánico casi sin resuello pero nos recuperamos entre flores y árboles preciosos:
Península de Banks
Junto a Christchurch está la Península de Banks, otro capricho volcánico con una costa preciosa. Paramos en Little River, famoso por su estación de tren (es como la quinta que visitamos en NZ), aunque aprovechamos para tomar un café y visitar una galería de arte y artesanía en metal y madera que me encantó.
Después continuamos el camino y yo me quedé catacroquer (iba de copiloto, tranquilas) hasta que Álex me despertó porque habíamos cruzado el puerto y teníamos delante unas vistas que me dejaron sin palabras.
Y así llegamos a Akaroa, un pueblo marítimo muy coqueto y que se publicita como “la ciudad del amor”, porque su origen se remonta a una colonia francesa y actualmente su identidad / reclamo turístico se basan en casitas coloniales muy bien cuidadas, banderas de Francia y restaurantes sobrepreciados. Fuimos paseando por la costa hasta la calle principal; allí nos entretuvimos en la puerta del museo con un caché cuya respuesta no encontrábamos de ninguna forma. Así que entré al museo y le pregunté al paisano de los tickets. Éste se tomó muy en serio mi duda sobre el año en que la casa pasó a ser parte del museo y se puso a mirar ¡el archivador con datos! y en estas que me dice: “¿no tienes prisa, no?” y yo estaba sin comer pero esa motivación no se puede dejar pasar y ahí nos quedamos hasta que encontró la respuesta. Luego nos invitó a pasar al museo y yo seguía sin comer pero a ver cómo le decíamos que no después del tiempo que nos había dedicado. El museo es una amalgama de momentos de Nueva Zelanda donde Akaroa o sus gentes tuvieron un papel relevante y lo cierto es que estuvo muy bien.
A eso de las mil por fin nos sentamos a comer y en un despiste del destino (o mío, no están claros aún los hechos) la cámara se me cayó al suelo y paff dejó de funcionar. Fue un drama la verdad. Aparqué la cámara que ha estado conmigo durante más de diez años y seguí sacando fotos con el móvil, aunque, como bien dice Pablo, se les nota el glutamato (el HDR). A los dos días me atreví a echarle un vistazo y bueno: no iba el visor, ni el display de fotos, ni sonaba el obturador, y el selector de programas se había quedado un poco roto y la propia carcasa se había descacharrado, pero aun así, ¡hacía fotos! Así que aunque ya tenía que pensar en una cámara que sustituyera a mi querida X30, aún podría terminar el viaje con ella. Todo esto os lo cuento porque salimos de Akaroa por una carretera panorámica im-presionante, de la cual solo tengo fotos con el móvil. Os fastidiáis con jota (más me fastidio yo, trankis).
Kaikoura
Y así llegamos a Kaikoura, nuestra última gran visita en la Isla Sur. Nada más llegar, fuimos a un puesto callejero a tomar crayfish, como langosta, pero sin pinzas y “de la tierra”. Hacía un día espectacular y disfrutamos de nuestro marisco al solete. Justo al lado había un puesto callejero de helados y me daba pena no dejarles unos dinericos y bueno, tuvimos que tomar helado… Para bajar la comida nos acercamos a la Fyffe House la casa occidental más antigua de Nueva Zelanda. En realidad me acerqué yo sola porque Álex se quedó con unos oystercatchers en la costa.
Kaikoura es una península realmente pequeña y se puede recorrer a pie en unas tres horas. Nosotros dejamos la furgo en la zona sur y fuimos dando un paseo hasta los miradores del norte. Es un paseo muy sencillo, todo bien marcado y que en cierto momento baja a la costa donde hay una cantidad ingente de focas; cometí el error de saludar por su nombre a una de ellas y no me quedó más remedio que saludar a todas y preguntarles por su vida, ya sabéis cómo se ponen las focas.
Lo que sucedió esa noche desde luego no lo vimos venir. Teníamos la furgo en la costa sur porque habíamos visto que hay una zona donde por la noche vuelven los pingüinos. Estábamos justo en la época en la que mudan y la gran mayoría se queda todo el día en su guarida, pero algunos valientes siguen saliendo para volver con algunos calamares para las crías. Llegamos a la playa en cuestión y vimos claro por dónde se supone que van los pingüinos ya que había unos troncos como indicando el camino, así que nos alejamos a una distancia prudencial y nos dispusimos a esperar.
Hablamos de esperar horas sin saber si iban a venir o no. Estábamos seguros del lugar porque oíamos pingüinos berrear cerca, así que aunque la cosa pintaba mal, seguíamos aguantando; además era nuestra última noche en la Isla Sur y yo quería ver algún pingüino saliendo del agua. Era noche cerrada (las 20:00) cuando se nos acercó un señor y nos dijo: “¿queréis ver pingüinos? venid conmigo”. Y yo ahí es que ni me lo pensé, ni miré atrás, seguí a este señor que me prometía lo que más anhelaba en ese momento. Nos llevó a la zona que habíamos evitado para no molestar a los pingüinos. Ahí Álex y yo empezamos a pensar que lo mismo no era buena idea, pero él nos decía: “el mejor sitio, pasan justo por aquí”. Yo tímidamente intenté preguntarle si no les molestábamos y él estaba segurísimo de que no. Luego nos contó que los troncos los había puesto él para ayudarles pero sin interferir demasiado. Empezamos a parpadear fuerte. Estábamos ya planeando una huida (en la que garantizábamos que yo me salvaba y Álex al 78%) cuando de pronto: “¿ves ese torpedo en el agua? ¡es un pingüino!”
Yo grité “DALTOOOONNNNN!!” y el señor me miró sorpendido de que tuviera esas confianzas con un pingüino. El caso es que se asomó a la orilla, y su tribu le berreaba, dio muchas vueltas antes de animarse a cruzar la playa dando una vuelta del kopón (no usó el camino de baldosas amarillas, por lo que sea), pero pudimos verlo bien, tropezando en cada piedra, atascándose en cada arbusto, qué torpes y qué hermosos son joers…
Aún estuvimos mucho rato antes de asumir que ya no vendría ninguno más, pero el señor tenía planes para nosotros. Nos llevó por el puerto hasta una mini-guarida de pingüino donde había… nada, y entonces nos llevó a ver trampas para ratas, cada vez más lejos de nuestra furgo. Y entonces nos contó una historia loquísima y que yo compré con el corazón porque las historias inverosímiles son lo mío; resulta que él es una de las 5 personas que tiene permiso para “rescatar ballenas” de las redes en las que a veces se quedan enganchadas. Un día se acercó a esta bahía para rescatar un delfín que había varado (también rescata otros mamíferos marinos) y los vecinos le hablaron de que la playa de los pingüinos estaba infestada de ratas. Así que habló con el DOC y les pidió trampas y las puso por toda la playa y acondicionó una zona para los pingüinos, pero aun así, hay muchas ratas y él viene cada poco a revisar las trampas, pero es un esfuerzo que debería hacer mucha gente no sólo él que se pasa media vida en alta mar rescatando ballenas…
Los dos barcos
El último día en la Isla Sur tuvo mucho mar, y por eso lo llamé el día de los dos barcos. Por la mañana prontito teníamos una salida en barco a buscar ballenas. Una salida de unas dos horas en el barco, donde íbamos de un punto a otro a ver si las divisábamos. De vez en cuando el capitán sacaba algo así como un zapatófono-periscopio y lo hundía en el mar para escuchar la ecolocalización de las ballenas. Oía algo (que podía ser el pedete de una estrella de mar) y para allá que íbamos. Tras dos horas y media sin ballenas, ni delfines, ni casi aves nos avisaron de que nos volvíamos. Esto por lo visto sucede mucho porque ya nos habían contado varios viajeros que se habían vuelto de vacío o que les cancelaban la salida directamente. En este caso, nos devolvieron casi todo el importe y Álex en represalia se mareó en el barco y les potó (en una bolsa) para que se enterasen de lo que vale un peine.
Y tras un par de horas en coche, llegábamos a Picton donde cogeríamos el ferry para volver a la Isla Norte. El ferry vespertino iba con mucha menos gente y tuvimos una navegación muy tranquila. La Isla Sur, ahora que ya podía darla por terminada, me encantó, me alucinó, me abrumó… Podríamos haber estado seis semanas solo en la Isla Sur recorriendo todos los sitios que no pudimos visitar. Me siento muy afortunada de haber podido disfrutar de tres semanas en un sitio tan increíble. Le hice algunas promesas a la isla que espero poder cumplir en algún momento.
Pajareo
Registro pajarero de las aves que vi por pirmera vez durante estas visitas: californian quail, australasian shoveler, cape petrel y pied shag.
Y para vuestras observaciones tontakas, ¡aquí va un selfie!
Podéis ver el resto de fotos en varios álbumes de Flickr:
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