En el Sur de la isla Sur de Nueva Zelanda, nos encontramos con una tierra remota, donde los aventureros pudieron demostrar su valor.
Fiordland
El Fiordland NP se creó a principios de los años cincuenta, y cubre el sur oeste de la Isla Sur. Es más un parque de mar que de tierra, pues los fiordos conforman una complicada y hermosa costa. Tuvimos buena suerte pues el tiempo nos acompañó justo para conseguir algunas vistas increíbles.
Te Anau y la Milford Road
Te Anau es el pueblo más importante de la región y el último en el que repostar gasolina antes de entrar en la Milford Road que lleva hasta el famoso fiordo. Es un pueblo pequeño que nos trató bien, con un paseo precioso frente a un lago. Nos compramos unos pies (tortas saladas de estilo británico) que estaban buenísimas y que tomamos al solete.
También nos acercamos a un pequeño santuario de aves donde tienen algunas especies en cautividad esperando poder liberarlas (después de que críen, vaya). Aunque es una misión importante, da muchísima pena ver aves encerradas en jaulas sin poder volar. Lo cierto es que este santuario nos dio la oportunidad de ver, ¡por fin! unos takahe, aves no voladoras en peligro y muy difíciles de ver en la naturaleza.
Desde el pueblo recorrimos la Milford Road hacia el interior del parque natural, parándonos en (casi) todos los miradores. Es una ruta panorámica realmente potente, que recorre valles glaciales, lagos prístinos y densos bosques. Tiene muchas paradas de distinto calado y escogimos unas cuantas.
El Lake Mistletoe, donde, en contra de lo que indica su nombre, no había muérdago así que nos fuimos sin besico, pero con unas vistas preciosas:
El Lake Gunn, donde estuvimos buscando un caché y tal vez alguien se pasó buscando y se metió un poco en el bosque…
Los Mirror lakes, llamados así porque reflejan los montes cercanos; justo nos pilló mucho viento y no hubo reflejo, pero a cambio estuvimos muy entretenidos con dos cormoranes jóvenes perchados en una rama y bastante torpes. Después, el Eglinton Valley nos sorprendió por sus dimensiones, y nos recordó bastante a Escocia:
Y finalmente el Hommer Tunnel, el único acceso por tierra al fiordo y al embarcadero de donde salen los cruceros. Un semáforo controla el acceso al mismo, ya que solo se recorre en un sentido cada vez y además está cerrado por la noche. Es un tunel muy, MUY, empinado, pero lo interesante es pensar cómo llegaban al fiordo antes de que lo excavaran…
Lake Marian
En la Milford Road hicimos una parada algo especial, pues no era un paseo corto como otras paradas, sino una ruta de unas cuatro horas. Se trata del camino hasta el Lake Marian, una ruta por un camino muy pedestre hasta un lago alpino.
La ruta tenía muy buena pinta, pero también algo de incertidumbre, y estaba catalogada por el DOC como ruta avanzada así que no las teníamos todas con nosotros. Pero como Alex estaba motivado, nos calzamos y nos lanzamos a patear. La primera parte es un camino sencillo y bonito que llega hasta unas pasarelas que se asoman a las Cascadas Marian.
Desde aquí comienza la parte más complicada. Resultó ser un camino precioso, metido en la junga por un sendero muy poco civilizado, con rocas, trepadas por raíces de enormes árboles, remontar un cauce seco y grandes troncos caídos. Parecía una gymcana en el bosque.
Yo iba super feliz y motivada con eso de tener que ir triscando por el monte y la subida se me pasó volando. Así llegamos al Lago Marian, un lago glaciar precioso encastrado en el final de un valle entre montes formidables.
La vuelta, bien lo sabíamos, es donde estaría el verdadero reto, pues la bajada exigíría más de mis tobillos y andaba con la lumbar dando guerra. A pesar de esto, con calma y con los palos, terminamos la ruta muy bien, y muy felices de haber descubierto un lugar como el Lago Marian.
El crucero
El plato fuerte de esta región, lo que nos había llevado hasta un sitio tan recóndito y maravilloso, era el crucero por el Milford Sound (el fiordo de Milford). Desde el embarcadero salen varias empresas y cogimos una que tenía como extra una visita a un observatorio submarino.
Aunque el crucero está preparado para alojar a todo el mundo en el interior, hacía buen tiempo y pudimos estar todo el trayecto en cubierta. Casi todo el trayecto porque fui cogiendo frío hasta que mis orejillas pidieron tregua.
Junto con las explicaciones del descubrimiento y la explotación del lugar, el crucero se va acercando a la orilla del fiordo de paredes verticales para darnos una visión inmersiva de ciertas partes.
Nos acercó a una de las pocas cascadas que nos encontramos (en época de lluvias debe ser mucho más exuberante), donde algunas aguantamos el pequeño aguacero para conseguir la foto. Otros (no miro a Álex) decidieron protegerse…
Momentazo cuando unos 8 delfines se nos acercaron y nos acompañaron durante nuestro trayecto hasta el mar de Tasman, donde dimos la vuelta para adentrarnos de nuevo en el fiordo.
En el camino de vuelta paramos en un observatorio submarino; un sitio bastante curioso donde pudimos aprender sobre el descubrimiento del sitio, la excavación del túnel y también sobre el propio observatorio. Único en su especie, es un observatorio flotante en el que puedes bajar diez metros bajo el agua para ver algunas especies que sólo se dan ahí gracias a las casualidades de la naturaleza. Destaca entre todos ellos el black coral (que es blanco porque en NZ aún no saben poner nombre a las cosas) y que de nuevo me tuvo todo el día sorprendida de que sea un animal y no una planta.
Las tres horas se pasaron en un suspiro y me encantó el crucero y la visita. Según leí, es el lugar turístico más visitado de Nueva Zelanda a pesar de estar tan mal comunicado, y me pareció que bien merece la pena el tiempo que lleva llegar hasta ahí.
Y hablando de cosas que merecen la pena… ¡selfie tontako para aliviar vuestras penas! ;-)
Podéis ver el resto de fotos en el álbum de Flickr.
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