Avanzamos hacia el Sur de la Isla Sur de Nueva Zelanda, siguiendo la carretera West Coast hasta Queenstown.

La West Coast

La Isla Sur está dividida de norte a sur por los alpes neozelandeses, una cordillera que teníamos previsto visitar del derecho y del revés. Al oeste de estas montañas queda una franja expuesta al mar de Tasman, con muchísimas lluvias y algunos paisajes muy recomendables.

A lo largo de esta “autopista” hicimos varias paradas cortas para asomarnos a distintos lugares. La Truman Track es un paseo ligero entre un bosque que, de pronto, sale al mar. Nos encontramos el mar rugiendo contra una costa dura y preciosa. Después de demostrar a los dioses antiguos que no nos dan miedo, nos refugiamos de vuelta en el acogedor bosque (porque un poco de miedo sí que nos daba).

Las Pancake Rocks de Punikaiki son parada obligatoria. Tienen un recorrido super bien señalizado, con paneles explicativos y con muchas vistas a estas curiosas formaciones: los sedimentos tomaron la caprichosa forma de tortitas… (yo no he venido a NZ a discutir pareidolias). Las tortitas en sí mismas no me sorprendieron demasiado, pero el entorno sí me fascinó. El mar, como escultor caótico, dejó una suerte de cavidades y rinconcitos donde azota el mar contra el verde brillante que realmente merece la pena la visita.

También paseamos por la Hokitika Gorge, una garganta preciosa, sobre un río de un azul tan intenso que parece artificial. Crucé puentes colgantes (de los que se menean más de la cuenta), ¡yo! y en la garganta también pudimos disfrutar de una sesión de pajareo muy fructífera.

En el pueblo de Hokitika, Álex no dejó pasar la oportunidad de probar una “delicia loal” (sic) consistente en tortilla de alevines de pescado. Pinchó de tal manera que se comprometió a hacer una tortilla de patatas en el siguiente camping donde se pudiera (ya me encargué yo de que esa ocasión se diera pronto).

Los glaciares

Siguiendo hacia el sur, nos encontramos con la zona de dos de los glaciares más visitados del país. En Franz Josef hicimos un pequeño paseo hasta un mirador que se asoma al glaciar.

Por la tarde hicimos una ruta en helicóptero. Poppy, la CEO y pilota llevó a nuestro grupo de tontakos y unos franceses a volar por encima de varios glaciares. Me impresionó un montón porque voló cerca (cerquísima según mis cálculos) de las crestas.

El paseo aterriza en un circo nevado donde pudimos quedarnos ciegos con los reflejos del sol en la nieve y hacernos alguna fotillo chula.

En la zona del Glaciar Fox hicimos una rutilla nocturna, la Minnehaha Walk, para ver glowworms (gusanos bioluminiscentes) en el bosque. La chica que nos llevó era una super nerd de los datos curiosos de NZ y nos estuvo amenizando el paseo.

Hicimos una ruta por la margen sur del río Fox hasta unos miradores que se asoman al Glaciar Fox. De nuevo, los glaciares son entornos vivos que abruman muchísimo, por el tiempo que llevan ahí y por su capacidad para tallar el entorno. Además, el camino tiene un desvío por una antigua morrena conquistada por una selva faérica en la que me quedé a vivir. Al menos un trocito de corazón se quedó en ese rincón del mundo.

Terminamos la zona de los glaciares recorriendo la orilla del Lago Matheson, famoso porque en sus aguas quietas se reflejan el monte Cook y el monte Tasman. Es un lago precioso, y el sencillísimo paseo merece mucho la pena.

Mount Aspiring NP

La carretera sigue hacia el sur y cuando llega al Paso de Haast vira hacia el interior y se adentra en el Mount Aspiring NP, uno de los más grandes del país. Tuvimos la mala suerte de que está casi todo de mantenimiento, excepto alguna de las rutas más largas. De los sitios más emblemáticos ninguno se podía ver y fuimos improvisando paradas entre las pocas opciones disponibles.

Así, encontramos, por fin, una cascada bastante decente (formidable para lo estándares kiwis), las Thunder Creek Falls.

Subimos hasta un mirador desde el que (no) se ve el Paso de Haast, pero que tiene unas vistas estupendas.

Y metimos los pies en los lagos Wanaka y Hawea, que son super famosos como visita en el país y a mí me dejaron absolutamente indiferentes. No sé si es que ya estamos saturados de tanta naturaleza increíble o lo increíble es el marketing que tienen estos sitios… Tendremos tiempo de comprobarlo en los próximos días.

Arrowtown y Queenstown

Llegamos a Arrowtown a media mañana y comprobamos que es un destino turístico importante; es un sitio pequeño y estaba llenísimo de coches, buses y gente. El pueblo mantiene bastante el estilo antiguo en las fachadas, lo que le confiere un aire muy coqueto. La mayoría de los visitantes son chinos, pues Arrowtown fue una zona de explotación de oro donde prosperó un asentamiento chino, que siguieron buscando (y encontrando) oro cuando los europeos daban por extinto el preciado metal. Quedan algunas casas de este asentamiento, y, además de la explicación de cómo vivían, el gobierno neozelandés aprovecha para pedir disculpas por el racismo al que se sometió a estos trabajadores y también ensalzar su papel en la historia y la sociedad de finales del S.XIX. Tiene además, un paseo junto al río fantástico.

Nosotros nos lanzanos al río en la zona donde se encontró la primera pepita y estuvimos un rato aunque reconozco que no tuvimos mucho éxito.

Después fuimos a Queenstown, ciudad por excelencia de deportes de aventura. Incluso fuera de temporada alta (verano e invierno), nos encontramos mucha gente y pudimos comprobar que tenía su propia vida al margen del turismo, aunque es cierto que el centro de la ciudad está totalmente sacrificada al turismo de aventura: empresas de jumping, shotover, heliski, zipline, paraglide, barranquismo, ¡zorbing! y otras movidas todas super mortales e imposibles de asegurar. Además, muchas, MUCHAS, tiendas de deporte y montaña.

Además de dar un paseo por el centro (es decir comernos un helado), nos fuimos a unos grandes jardines que tiene la ciudad y que son preciosos y muy bien cuidados. Tienen muchos ejemplares de sequoias gigantes formidables y ¡un circuito de disco-golf! que consiste en lanzar freesbies a unas cestas metálicas dispuestas a modo de circuito de golf. Había muchísimos locales practicando y picándose entre ellos. Un pequeño camino alrededor de los jardines junto al lago fue el ratito perfecto.

Tontería random: En Queenstown descubrimos Pedro’s House of Lamb (La casa del cordero de Pedro). Resulta que un español montó un restaurante en Christchurch hasta que el terremoto de 2011 lo destruyó. Entonces decidió empezar de cero con un sitio de comida para llevar y actualmente tiene una mini-franquicia con sede en Queenstown y, atención, en Majadahonda. El cordero estaba delicioso (muy especiado para estándares españoles) y muy bien cocinado y nos atendió un mexicano majísimo que, según entendimos, no es sobrino-nieto del famoso Pedro.

Pajareo

Registro pajarero de las aves que vi por pirmera vez durante estas visitas: white heron (¡solo hay 170 en NZ!), kea (¡por fin!), grey warbler y, atención, la barnacla canadiense.

Como habéis leído, no nos hicimos ricos con el oro, pero quién quiere ser milloneti cuando tiene un un selfie tontako (no, no contestéis, es más bien retórica):

Podéis ver el resto de fotos en varios álbumes de Flickr:

Índice de posts de Nueva Zelanda 2024

  1. Nueva Zelanda 2024 - Comenzamos
  2. Nueva Zelanda 2024 - De Coromandel al Lago Taupo
  3. Nueva Zelanda 2024 - Tongariro Alpine Crossing
  4. Nueva Zelanda 2024 - Wellington
  5. Nueva Zelanda 2024 - Abel Tasman National Park
  6. Nueva Zelanda 2024 - Por la West Coast hasta Queenstown
  7. Nueva Zelanda 2024 - Fiordland, tierra de fiordos
  8. Nueva Zelanda 2024 - Tras los pingüinos
  9. Nueva Zelanda 2024 - Monte Cook y los lagos
  10. Nueva Zelanda 2024 - De Arthur's Pass a la Costa Este
  11. Nueva Zelanda 2024 - Picoteo por la Isla Norte
  12. Nueva Zelanda 2024 - El norte del norte
  13. Nueva Zelanda 2024 - Entrevista pajarera
  14. Nueva Zelanda 2024 - Itinerario y pecunia